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Siempre me llamó la atención la cantidad de escritores que poseían gatos o que escribieron sus loas en verso o prosa dedicadas a sus felinos más queridos.


 

 




 

Borges vivió junto a dos gatos: Odín y su amado Beppo, un fiel gato blanco llamado así en honor a un personaje de Lord Byron (quien también tenía un gato con dicho nombre). Dos de sus poemas:

A UN GATO
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

BEPPO
El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede el tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?
 

 

Cuando los gatos se convierten en literatura. Imágenes felinas en la literatura española e hispanoamericana

 

 

 

 


 


 

Inspiración de pintores, músicos, filósofos y escritores, el gato ha llamado siempre la atención por su personalidad cautivadora y su belleza sensual. En nuestra literatura más cercana, escritores como Federico García Lorca y su Canción novísima de los gatos, Jorge Luis Borges u Osvaldo Soriano han sabido plasmar en sus obras y en sus vidas el arrogante carácter de este felino. En la literatura infantil encontramos también algunos ejemplos, como Gloria Fuertes y María E. Walsh, que supieron acercar a los más pequeños esos gatos graciosos y musicales, reyes de la casa y de algunos reinos lejanos. También hay periodistas escritores, como Francisco Umbral o Antonio Burgos, con su obra Gatos sin fronteras: andanzas y fortunas de Remo, un gato callejero, que sigue llenando sus crónicas y sus columnas de gatos caseros, caprichosos, independientes y compañeros. Aunque es el gran poeta chileno Pablo Neruda el que mejor ha sabido representar esta vinculación de siglos en su Oda al gato, incluida en su más célebre obra, 20 poemas de amor y una canción desesperada. Son sólo algunos de los ejemplos más cercanos que analizaremos en esta comunicación, en la que realizaremos un recorrido de la presencia de este animal en nuestra historia y literatura, desde la Edad Media hasta nuestros días, contrastando las diferentes imágenes felinas que los autores presentan en sus obras y comprendiendo las relaciones personales que les unen a estos seres tan especiales.

 


 


 


 

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Según un estudio internacional coordinado por Carlos Driscoll, de la Universidad de Oxford (Reino Unido), y que ha contado con la participación de Miguel Delibes de Castro, de la Estación Biológica de Doñana, los gatos domésticos procederían de cinco líneas maternas diferentes de gatos monteses de Oriente Próximo (Felis silvestris lybica) y habrían sido domesticados hace más de 10.000 años, coincidiendo con el comienzo de la agricultura. La edición digital de la revista Science recoge las conclusiones de dicha investigación [1] . Los primeros que llevaron a cabo la domesticación de estos animales fueron, probablemente, los egipcios. Dicha costumbre se extiende a continuación a través de los países de Oriente Medio. Los campos de cultivo y los graneros de los asentamientos humanos resultaron los lugares más idóneos para atraer a los roedores más voraces y a las serpientes; presas fáciles para los gatos salvajes. El gato se convierte de este modo en un fiel aliado en la lucha contra las plagas del grano. La simbiosis entre el gato y el ser humano da sus primeros pasos en un proceso denominado auto-domesticación. Del continente africano, nuestros amigos felinos, fueron trasportados como contrabando - ya que las leyes egipcias prohibían sacarlos del país. Los comerciantes fenicios los introducen, de este modo, por todo el Mediterráneo; aquí fueron vendidos como preciados tesoros. Fiel compañero del ser humano en todas las rutas comerciales y de conquista - muy apreciado para controlar las ratas y ratones en los barcos-, terminó diseminando su especie por todos los imperios coloniales.


 

Por sus cualidades, fue venerado y respetado en casi todo el mundo: en China, en Japón, en India y en América del Sur, donde aparece representado en obras de arte precolombino de Perú. En Europa, sin embargo, su suerte varía dependiendo del lugar, y disfruta de una vida tranquila hasta la llegada de la Edad Media. Sin embargo, surge durante esta época el temor a los gatos, particularmente en Inglaterra. En la cultura celta, existía la creencia de que los gatos negros eran los mejores aliados de las brujas y sus cuerpos servían para que éstas se desplazasen sin ser vistas. Por esta razón, a partir del siglo XII, la iglesia comienza una persecución implacable contra este animal, que consideraba un símbolo del diablo y de la brujería. Sus ejecuciones públicas se convierten en un espectáculo para el pueblo, llevando a la especie, en Europa, casi al exterminio. A mediados del siglo XIV, la llegada de la peste negra provocada por las pulgas y las ratas resulta devastadora. Se cree que el desequilibrio ecológico causado a su depredador facilitó la propagación de la enfermedad por todo el continente. Solo a partir del siglo XVII comienza a reivindicarse su existencia debido a su destreza y habilidad para la caza de ratas, causantes de tan temibles y desoladoras plagas. Y en el siglo XVIII, vuelve a conquistar parte de su antiguo prestigio: no sólo se utiliza como cazador de roedores e insectos, sino que su belleza lo hace protagonista de cuadros, muy especialmente de los de la escuela inglesa, y de motivos escultóricos. En este artículo nos vamos a centrar en los ‘gatos literarios’, protagonistas indiscutibles de las obras más relevantes de nuestros más conocidos escritores y, al mismo tiempo, sus más fieles y sigilosos compañeros. El gato es, sin lugar a duda, el animal de compañía preferido por los artistas y los escritores. Quizás por ese afán de querer parecerse a ellos: independientes, soñadores y amantes de su libertad.


 

La imagen del gato ha estado siempre presente en la literatura española e hispanoamericana, contribuyendo así a nuestro imaginario común. En la prosa medieval aparecen en las recopilaciones de exemplos, cuyos relatos presentan enseñanzas morales o prácticas. En esta tradición se puede insertar perfectamente nuestro Libro de los Gatos [2], del siglo XIV. Obra de marcado carácter crítico-social y autor anónimo, aunque son muchos los especialistas que opinan que se trata de la traducción de las Fabulae o Narrationes del monje inglés Odón de Cheriton (siglo XIII). El título de la obra llama ya nuestra atención: ¿se trata de una alusión a la curiosidad y sagacidad de los mininos? ¿tienen los arañazos del gato algo que ver? Parece ser que la palabra ‘gatos’ designa a los personajes que son satirizados en la obra, que formaban parte del alto clero y la nobleza. Sólo unos pocos exemplos tienen como protagonista al gato, pero merece la pena resaltar alguno de ellos. Así nos encontramos con el ‘Ejemplo del gato con el ratón’ (IX): la historia de un gato que vivía en un monasterio y que había devorado todos los ratones del lugar excepto uno, el más grande de todos. Para conseguir su objetivo, el gato se disfraza de monje y se une a la comunidad religiosa del monasterio, por lo que el ratón, creyéndole un santo, baja la guardia. Ante la confianza del ratón, el gato no desperdicia su oportunidad y se abalanza sobre él. Al mismo tiempo que le clava sus afiladas garras, le dice que no debería haberse fiado de un simple hábito. En este ejemplo, el gato representa a los clérigos codiciosos que se hacen pasar por santos para ganar honores, riquezas y poder. Otra fábula que podemos rescatar es el del ‘Ejemplo de los ratones’ (XI): un ratón doméstico invita a un ratón de campo a comer bajo techo, asegurándole que la comida que conseguiría sería mucho mayor en calidad y en cantidad. Cuando el ratón de campo acepta la invitación y va a la casa, el doméstico le explica que debía salir del agujero, situarse bajo la mesa de los hombres para recoger la comida que de allí caía. El ratón de campo así lo hace y es atacado por el gato, de modo que durante la huida pierde la comida y casi su propia vida. En el agujero nuevamente, el ratón de campo le dice al doméstico que prefiere las penalidades del exterior que la compañía felina del interior. El ratón doméstico representa a los eclesiásticos usureros que viven de las riquezas de la Iglesia pese al peligro del gato que acecha, que representa al diablo, dispuesto a llevarse sus almas de pecadores. Como se puede apreciar en estos dos ejemplos, la figura del gato sirve para designar a personajes con cualidades poco honestas e incluso maléficas. En otros exemplos como en ‘El ratón que comió el queso’ (XVI), el gato representa a los capellanes que gastan todo el dinero; o en ‘El ejemplo del león con el gato’ (XXXVII) a los hombres que disfrutan hablando mal y gozando de vicios y pecados. No observamos ninguna cualidad positiva en estos pobres animales, pero como hemos explicado anteriormente la obra se escribió en la Edad Media y los gatos no eran en dicha época objeto de culto o adoración, más bien todo lo contrario.


 

Cercana también a la fábula, aparece en el siglo XVII un nuevo género que nace con la misma épica: la parodia animal. Recogemos aquí tres ejemplos contemporáneos, en los que se incorporan protagonistas gatunos. La Gaticida de Bernardino de Albornoz, publicada en 1604. La historia, relatada en tres actos y escrita en octavas reales, cuenta la muerte y honra fúnebre de la gata Chrespina Marauzmana [3] . El romance de Quevedo, escrito en 1627 y titulado Consultación de gatos, en cuya figura se castigan costumbres y aruños, trata sobre los vicios de la sociedad española del siglo XVII. La idea clave que se defiende en esta obra es que el acto de robar lo debieron de aprender los gatos de los seres humanos, pues ante la posibilidad de quedarse con las cosas ajenas ambos dicen ‘mío’ hablando o maullando. Y por último, el poema satírico de Lope de Vega ‘La Gatomaquia’, publicada en 1634 en la obra Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos. Tanto Quevedo como Lope de Vega partieron en la temática gatuna de su propia experiencia personal, pues según Ramón Gómez de Serna, observaban diariamente a estos animales deambulando libremente por los tejados de Madrid. La pieza poética de Lope, protagonizada por felinos humanizados, sirve para parodiar la épica y las comedias de capa y espada en las que el propio autor era maestro. Se trata pues de una espléndida parodia de la altisonante épica culta, relata los amores de los gatos Zapaquilda y Micifuf que pretende obstaculizar otro gato, Marramaquiz. Este rapta a la novia y la encierra en su castillo. Micifuf asedia el castillo y consigue salvar a su amada. El asunto heroico queda reducido al absurdo mediante la animalización de los personajes, cuyos nombres cómicos refuerzan el efecto paródico. Las tres obras ponen de manifiesto la identificación de lo felino con lo humano: son hombres disfrazados de gatos. La figura del gato sirve aquí para denunciar de forma burlesca los vicios, los estamentos y gentes de la sociedad española del seiscientos.


 

La lírica del XVIII se halla representada por Félix María de Samaniego (1745-1801) y por Tomás de Iriarte (1750-1791); con ellos florece la fábula. En la cadena de la tradición literaria de este género, Samaniego se convierte en un eslabón privilegiado: «los argumentos prestados por Esopo, Fedro, La Fontaine, Gay, o cualquier otro escritor moderno, pasan por las alquitaras renovadoras de su genio poético» (Palacios 86). El éxito que obtiene Samaniego con sus Fábulas Morales - 257 fábulas distribuidas en nueve libros-, contribuye a la aparición de toda una pléyade de fabulistas españoles que se ejercitan en la moda del apólogo moral, ampliando el género a otros temas y estilos. De entre todos ellos destacamos a Tomás de Iriarte, cuyas Fábulas literarias (Madrid, Imprenta Real, 1782) ofrecen las claves de la estética neoclásica, a la vez que pone en solfa los vicios comunes de los literatos de la época. Parece ser que ambos autores estaban enfrentados por celos profesionales, aunque podemos equilibrar la balanza diciendo que Iriarte destaca por la originalidad de sus temas; Samaniego por la viveza y la robustez en la versificación y en la poesía. Los dos autores emplearon la imagen felina -entre otros muchos animales-, para criticar los defectos humanos. Seguimos pues en la misma temática de los siglos anteriores, donde los gatos son sólo simples disfraces en los que camuflar las vergüenzas humanas. Veamos algunos ejemplos: En ‘Los gatos escrupulosos’ de Samaniego, los felinos representan el tema de la hipocresía de aquellos que sólo dejan de cometer malas acciones cuando les falta oportunidad para triunfar en su empeño; en ‘La gata con cascabeles’ lo que se desprecia es la propia apariencia que parece ser tema importante en la época.


 

Si nos adentramos en el siglo XIX y en la novela realista, con sus descripciones de ambientes regionales, nos encontramos con varios autores que comienzan a ser algo más condescendientes con la imagen felina. Benito Pérez Galdós (1843-1920) les dedica el título de una de sus novelas más conocidas Miau (onomatopeya con que se designa la voz del gato). La obra, publicada en 1888, lleva este título en honor a las tres mujeres Pura, Milagros y Abelarda, que viven con Ramón, el protagonista, pues todas al ir a la ópera o al teatro se sientan en el paraíso, hablando con voz aguda y como con la nariz encogida, es decir, parecidas físicamente a unos gatos. Si bien es frecuente a lo largo de toda la obra el símil con los animales (Posturitas es un ratoncito, el portero de la casa un gorila, etc.), los gatos son los que aparecen con más frecuencia, pues a toda la familia se les da el apodo de “Miau”.


 

Yo digo que no se deben poner motes a las personas. ¿Sabes tú quién tie la culpa? Pues Posturitas, el de la casa de empréstamos. Ayer fue contando que su mamá había dicho que a tu abuela y a tus tías las llaman las Miaus, porque tienen la fisonomía de las caras, es a saber, como las de los gatos. Dijo que en el paraíso del Teatro Real les pusieron este mal nombre, y que siempre se sientan en el mismo sitio, y que cuando las ven entrar, dice toda la gente del público: «Ahí están ya las Miaus» (2003: 57-58).


 

Los gatos continúan con su digna existencia callejera por los madriles de entonces. No sólo se utilizan como eficientes cazadores de roedores e insectos, sino que además sirven de fuente de alimento para las gentes de clase más humilde. En el capítulo trece de la obra de Misericordia (1897), también de Galdós, el escritor recoge esta costumbre:


 

Contole el ciego que Pedra era huérfana; su padre fue empleado en el Matadero de cerdos, con perdón, y su madre cambiaba en la calle de la Ruda. Murieron los dos, con diferencia de días, por haber comido gato. Buen plato es el micho; pero cuando está rabioso, le salen pintas en la cara al que lo come, y a los tres días, muerte natural por calenturas perdiciosas (2003:163).


 

Entre los animales domésticos que aparecen en La Regenta de Clarín, destacan los gatos. Son varios lo que van desfilando por el relato. Está el gato ‘profanador’ que entra sin permiso en la catedral ensuciándolo todo a su paso: «El Palomo, con una sotana sucia y escotada, cubierta la cabeza con enorme peluca echada hacia el cogote, acababa de barrer en un rincón las inmundicias de cierto gato que, no se sabía cómo, entraba en la catedral y lo profanaba todo» (I, p. 121); el ‘parlanchín’, el gato de Anselmo, que maúlla en el patio y enfurece a don Víctor que «se figuraba el misticismo de su mujer como una cefalalgia muy aguda. Lo principal era no hacer ruido. Si el gato de Anselmo mayaba abajo, en el patio, don Víctor se enfurecía, pero sin dar voces, gritaba con timbre apagado y gutural: — ¡A ver! ¡ese gato! ¡que se calle o que lo maten!» (II, p. 209); la vida vegetativa que lleva este gato llama la atención a Ana, que tras la muerte de don Víctor, observa cómo Anselmo pasa las tardes enteras acariciando al gato: «Callar, vivir, sin hacer más que sentirse bien y dejar pasar las horas, esto era algo, tal vez lo mejor» (II, p.528). Otro gato que aparece en el relato es el Moreno, aunque podríamos denominarlo ‘el ladronzuelo’, ya que parece ser el causante de la desaparición del guante del Magistral. Según Petra, el gato traslada dicho objeto hasta la glorieta donde lo encuentra Frígilis: «—El gato, ¿qué duda tiene? el gatito pequeño, el moreno, el mismo que habrá llevado el guante a la glorieta... ¡es lo más urraca!... » (II, p.82); pero quizás sea el gato de doña Petronila el más relevante de todos: «un gato blanco, gordo, de cola opulenta y de curvas elegantes» (II, p. 106) que se va a convertir en el único testigo de las entrevistas entre el Magistral y Ana. Si los encuentros entre ellos se hacen cada vez más largos, el gato se vuelve cada vez más gordo y familiar, aunque ni don Fermín ni Ana parecen hacerle ningún caso.


 

En casa de doña Petronila, en el salón de balcones discretamente entornados, de alfombra de fieltro gris, era donde pasaban horas y horas los dos amigos del alma, hablando de intereses espirituales, como decía el gran Constantino, sin más testigo que el gato blanco, cada vez más gordo, que iba y venía sin ruido, y se frotaba el lomo contra las faldas de la Regenta y el manteo del Magistral, cada día más familiarmente (II, p. 243).


 

El gato vuelve a aparecer en el capítulo en el que Magistral se entera gracias a Glocester del desmayo que Ana sufre en brazos de Mesías, durante el baile de Carnaval. Don Fermín huye a casa de doña Petronila para ocultar su dolor y es recibido por el gato blanco que parece intuir algo: «El gato pulcro y rollizo entró y saludó a su amigo con un conato de quejido. Y se le enredó en los pies, haciendo eses con el cuerpo. Parecía que el gato sabía ya algo de aquella traición» (II, p. 315). Intuitivo o no, Clarín es un tanto ambiguo en su descripción, la presencia de este animal en la novela denota una cierta voluptuosidad.


 

Otro gato blanco se pasea por el cuento ‘El espectro’ de Emilia Pardo Bazán (1851-1921). Al igual que sucedía en El Gato Negro de Edgard Allan Poe, la condesa explota el tema de la obsesión por este animal. En ‘El espectro’ se mantienen algunos de los elementos característicos de Poe, aunque despojados de toda su atmósfera macabra. Aquí, nuestra escritora realza el sentido de lo horrible a través de la visión de un gato blanco. Las repentinas y sigilosas apariciones, la ligereza con la que huye el gato «una forma blanca», que se desliza «rozando la pared», rememoran en Lucio el terrible incidente que tuvo lugar cuando tan sólo era un inmaduro joven de veinte años. El gato aparece en el cuento como animal de compañía de la tía Lucy «el favorito de la buena señora, siempre dormido en su regazo o acurrucado al borde de su falda». Lucio se la tenía jurada al pobre animal, así que no dudó en disparar al felino en una noche sin luna en la que creía tenerle a tiro. Desgraciadamente, lo que parecía un objeto blanco no era el odiado gato, sino su propia madre, que aunque salió ilesa del incidente, nunca más volvió a confiar en Lucio y murió poco después «de una enfermedad cardíaca, originada probablemente por la emoción... » El animal se convertirá a partir de entonces en el espectro de la madre del protagonista, esa tercera persona que se desliza a través del relato. La elegancia del texto es una excusa de la autora para explorar una posibilidad perturbadora: todo el horror se encuentra dentro de nosotros, y jamás existirá un fantasma tan aterrador como las lóbregas visiones de nuestra propia alma. El gato blanco se asocia aquí con una visión perturbadora: la de un alma perdida en busca de sosiego.


 

Entre los autores de la Generación del 98 rescatamos a dos autores: Pio Baroja y Valle-Inclán, quizás por esa visión tan diferente que poseen de los gatos. Nos encontramos con un Pio Baroja que nos regala la siguiente reflexión:


 

A los perros se les tiene más cariño; a los gatos, al menos yo sí, más estimación. El perro parece un animal de una época cristiana; el gato, en cambio, es completamente pagano. El perro es un animal un poco histérico, parece que quisiera querer más de lo que quiere, entregar su alma al amo; el gato supone que un momento de sentimentalismo es una concesión vergonzosa. El gato realiza el ideal de Robespierre de la libertad. Como bonito, no hay otro animal doméstico que se le asemeje. Tiene, además, su casta una fijeza y una inmovilidad completamente aristocráticas; en cambio, el perro es una masa blanda con la que se hace lo que se quiere (2000: 29)


 

Don Pio parece tener una clara preferencia por los gatos, a los que considera un símbolo de libertad y un animal de semblante aristocrático. Uno de los episodios más decisivos en su carrera médica -no olvidemos que Pio Baroja se doctoró en medicina- tiene que ver directamente con este animal; dicha experiencia se convierte además en el capítulo X de su novela El árbol de la ciencia (1985:81-85). Así nos lo cuenta el propio escritor:


 

El médico de la sala, el doctor Cerezo [...] era un vejete ridículo [...] lo canallesco era que trataba con una crueldad inútil a aquellas desdichadas acogidas allí, y las martirizaba de palabra y de obra ¿Por qué? Era incomprensible. Aquel hombre tenía un fondo sádico. Mandaba llevar a las mujeres a las buhardillas y tenerlas uno o dos días encerradas por delitos imaginarios. [...] Era un macaco cruel este tipo a quien habían dado una misión tan humana como la de cuidar de pobres enfermas. Yo no podía soportar el sadismo de aquel petulante idiota [...].


 

Una vez decidí no volver más por allá. Había una mujer que guardaba constantemente en el regazo un gato blanco. Era una mujer que debía de haber sido verdaderamente hermosa. [...] El gato era, sin duda, lo único que le quedaba de un pasado mejor. Al entrar el médico, la enferma solía bajar disimuladamente el gato de la cama y dejarlo en el suelo. El animal se quedaba escondido, asustado al ver entrar al médico con sus alumnos; pero uno de los días el médico lo vio y comenzó a darle patadas.


 

-Coged ese gato enseguida y matadlo -dijo el de las patillas blancas al practicante.


 

Este y una enfermera comenzaron a perseguir al animal por toda la sala; la enferma miraba angustiada esta persecución.


 

-Y a esta tía llevadla a la buhardilla, a pan y agua añadió el médico.


 

La enferma seguía la caza con la mirada y cuando vio que cogían a su gato, dos lágrimas gruesas corrieron por sus mejillas.


 

-Canalla, idiota -exclamé yo, acercándome al médico con el puño cerrado [...].


 

-No seas estúpido -dijo Venero- Si no quieres estar aquí, márchate.


 

Desde aquel día no quise volver más al Hospital de San Juan de Dios (1982: 277-278).


 

La brutalidad con la que actúa el doctor Cerezo parece sumir a Baroja en un hondo pesar. Es ese mismo dolor absurdo, sin sentido, que encontramos en la obra barojiana. Es el dolor de la brutalidad humana, el dolor que responde al instinto más bajo del ser, y que sume a aquellas criaturas que hablan por su boca del escritor, en el mayor de los pesimismos.


 

De índole muy distinta son los gatos que aparecen en la obra de Valle-Inclán: ya no son animales de compañía sino símbolos funestos que acompañan a la muerte en las narraciones del escritor. En Rosarito, «el gatazo negro la sigue maullando lastimeramente; su cola fosca, su lomo enarcado, sus ojos fosforescentes, le dan todo el aspecto de un animal embrujado y macabro» (1976: II, 1369). Este modelo de gato funesto, cuyos ojos lucen en la oscuridad y arquea el espinazo, se repite en varias de sus novelas cortas: El rey de la máscara, El gran obstáculo, Beatriz, La Confesión. Los gatos se asocian de nuevo con el diablo y la brujería, quizás por esa superstición que existía en la Galicia de antaño -no olvidemos que la tradición celta está muy presente en toda esa región. También encontramos la misma figura en Mi hermana Antonia donde se produce una conexión entre el gato y el diabólico estudiante. La madre del narrador se obsesiona por un gato que la araña hasta que muere.


 

Tenemos que adentrarnos en el siglo XX, para que los gatos comiencen a ser admirados y considerados animales de compañía por los escritores españoles. Parece que a diferencia de otros escritores europeos o americanos, la convivencia con estos animales, se inició en España mucho más tarde. Y es que el mundo de la fauna, aunque sigue sirviendo a los escritores para expresar sus propias vivencias y sentimientos, se transforma. Los animales dejan de ser meros instrumentos y se advierte un hilo común de simpatía que une definitivamente las esferas de lo humano y lo animal (Gumpert, 2002: 303). Los poetas de la Generación del 27 dedicaron muchos versos a este genial minino, pero salvaguardando las distancias. Tanto Jorge Guillén como Rafael Alberti quedaron prendados de estos felinos durante sus respectivas estancias en Roma. En esta ciudad siempre al borde del caos, los gatos tienen una presencia permanente, en callejas o entre nobles piedras monumentales. El primero les dedica el poema “Gatos de Roma”, donde recoge una simpática imagen urbana. Los gatos son los fieles protagonistas de la historia de esta ciudad y parecen permanecer en ella como sus ruinas, eternamente: “Alguien feliz y pulcro / se atusa con la pata relamida. / Gatos. Frente a la Historia, / sensibles, serios, solos, inocentes”. Son los mismos gatos romanos protagonistas también de la visión urbana de Roma de Rafael Alberti en Roma, peligro para caminantes (1968), una ciudad muy alejada de los tópicos turísticos: ciudad llena de gatos y suciedad, ciudad de callejones y tráfico imposible (de ahí el título). Años más tarde, en alguna de sus rápidas visitas a Roma, observa que los gatos han desaparecido de la ciudad, y desconsolado, se pregunta:


 

¿Qué será de Roma sin sus gatos? Creo que a cada habitante de la Santa Urbe le corresponden no sé cuántas docenas de ratas. Desde hace tiempo, durante mis últimas y breves permanencias en Roma, me he soñado comido por las ratas, anidadas las cuencas de los ojos de los ratones. Yo miro y miro ahora desde la ventana de mi cocina y sólo veo siempre esa alta oleada de tejados inmóviles, sin aquella atropellada gracia de los gatos que corrían saltando, audaces, sin peligro, de las cornisas a los balcones al filo de las terrazas, para tomar su puesto a la hora de la comida. ¿En dónde se hallan hoy? ¿A dónde se llevaron a todos aquellos decorativos y maravillosos que poblaban el Foro Republicano, en el centro de Roma, coronando columnas y capiteles, sentados sobre los pórticos caídos, entre la maleza de todo aquel embarandado recinto, desde donde la gente de la calle y los asombrados turistas contemplaban cómo, sobre todo las caritativas ancianas, los alimentaban, llenas de ternura y devoción, tirándoles atinadamente la comida tristeza: ¿dónde están los gatos de los tejados y calles de mi barrio, dónde aquellos que siempre contemplé entre las ruinas ilustres de Roma? (1997:170)


 

De Gerardo Diego y de su estancia por tierras sorianas nos llega el delicioso poema titulado “Los gatos de Caltojar”, un bello y sincero homenaje a los gatos callejeros que habitan dicha localidad. Gatos ágiles, que se escurren, trepan y huyen “como culebra rampal” al mínimo ruido extraño que sienten, pero que campan a sus anchas entre las alcándaras y los corrales vacíos reinando como “dueños y señores”. En este poema Gerardo Diego muestra a los gatos tal y como son, feroces en sus luchas callejeras, territoriales, pero también tranquilos cuando descansan en las tardes calurosas, o fantasmagóricos en las noches de luna.


 

En 1986 se descubre el bello poema inédito Canción novísima de los gatos de Federico García Lorca, cuyos versos parecen comprenderse mejor si imaginamos los delicados pasos de un gato sobre el teclado de un piano al mismo tiempo que acompañamos su lectura con la melodía de Claro de Luna de Claude Debussy: «El gato es inquietante, no es de este mundo. Tiene el enorme prestigio de haber sido ya Dios», nos confirma Lorca.


 

Sin duda alguna, el poema más interesante sobre estos animales nos viene del otro lado del Atlántico. Nos referimos a la majestuosa Oda al gato del chileno Pablo Neruda. Una joya literaria que muestra en su esplendor la más alta forma de la creación, la belleza y la extrema puntualidad de descripción de esencias; ciertamente para Neruda, el animal más perfecto de la tierra es el gato, «sólo el gato apareció completo y orgulloso: nació completamente terminado, camina solo y sabe lo que quiere». El gato se ajusta muy bien a la personalidad del escritor: son políticamente incorrectos y poco o nada condescendientes, por ello ha sido siempre el animal de compañía más deseado por estos. Decía Oswaldo Soriano que un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. Los humanos dedicados a las letras y los felinos forman parte de esos seres solitarios, individualistas e independientes, así que crean con facilidad alianzas que les permiten convivir sin tropiezos. Entre los escritores de las letras hispanoamericanas que han convivido físicamente con gatos se encuentra el argentino Jorge Luis Borges. En los últimos tiempos, Borges vivió junto a dos gatos: Odín y su amado Beppo, un fiel aunque irascible gato blanco llamado así en honor a un personaje de Lord Byron (quien también tenía un gato con dicho nombre). El escritor estaba fascinado desde la infancia por los grandes felinos y adoraba a los gatos. He aquí un bello poema dedicado a uno de ellos, 'A un gato', de su obra El oro de los tigres (1972): «eres, bajo la luna, esa pantera que nos es dado divisar de lejos». Borges contó en una de sus entrevistas: «Nadie cree que los gatos son buenos compañeros, pero lo son. Estoy solo, acostado, y de pronto siento un poderoso brinco: es Beppo, que se sienta a dormir a mi lado, y yo percibo su presencia como la de un dios que me protegiera» (Conversaciones 353-354). Borges escribió este poema cuando su mucama le contó que Beppo jugaba y atacaba su propia imagen en el espejo: «El gato blanco y célibe se mira/ en la lúcida luna del espejo/ y no puede saber que esa blancura/ y esos ojos de oro que no ha visto/nunca en la casa son su propia imagen». Poemas repletos de amor y ternura dedicados a esos inseparables compañeros de cuatro patas.


 

El escritor argentino Julio Cortázar forma también parte de la cofradía de escritores amantes de los gatos. Poseía un gato de nombre ‘Teodoro W. Adorno’, tomado del nombre del filósofo y sociólogo alemán. Son numerosas las obras de Cortázar en las que el gato aparece mencionado: en muchas partes de sus cuentos y de sus novelas, como por ejemplo el gato calculista del capítulo 49 de Rayuela o en El Diario de Andrés Fava, publicado póstumamente. También aparecen en el pasaje de Último round (1969) titulado ‘La entrada en religión de Teodoro W. Adorno’. En ‘Orientación de los gatos’ en Queremos tanto a Glenda (1980), en ‘Más sobre filósofos y gatos’ (donde cuenta porque le puso a su gato “Teodoro W. Adorno”) en La vuelta al día en ochenta mundos (1967), y en “Cómo se pasa al lado”, donde Cortázar hace un asombroso descubrimiento acerca de los gatos... y la comunicación, comparando a los gatos con teléfonos.


 

No podemos cerrar este pequeño y simbólico capítulo de la literatura hispanoamericana sin volver a citar a Osvaldo Soriano. Hay gatos en todas sus novelas. Ellos han sido fuente de inspiración desde su comienzo como escritor – uno de ellos le trajo la solución para Triste, solitario y final (1973), su primera novela. Pero es otra de sus obras la que nos gustaría destacar: El Negro de París (2001). El protagonista es un niño argentino que abandona su país junto a su familia para exiliarse en Francia, dejando tras de sí su hogar, sus amigos, sus juguetes y a su adorada gata Pulqui. El negro es un gatito de seis meses que adoptará en París, que le enseñará a viajar con su imaginación a través de los tejados parisinos. Desde lo alto de la torre Eiffel podrá ver lo que sólo puede verse con la mirada del Negro: su patria, Buenos Aires al otro lado del mar. Gracias a su nuevo amigo, recuperará la esperanza de volver algún día a su amada ciudad y ofrecer un nuevo compañero a su gata Pulqui. Se trata de un cuento infantil, pero a la vez sabe conmover a los adultos. El Negro está en la obra personificado, pero no pierde por ello ni un ápice de su esencia gatuna. El propio autor los conoce muy bien por haber convivido con ellos a lo largo de su vida, él mismo se consideraba gato perezoso y distante.


 

En la literatura infantil rescatamos a Gloria Fuertes y María E. Walsh. Ambas autoras supieron acercar a los más pequeños esos gatos divertidos y musicales, reyes de la casa y de algunos reinos fabulosos. La poeta madrileña manifestó siempre una preferencia hacia a los animales a los que dota de cualidades humanas y les hace vivir distintas aventuras, a la manera de fábulas actuales. Muchos son los gatos que protagonizan las historias de Gloria Fuertes. Uno de los más conocidos es la gata Chundarata. Los nombres que les otorga son sorprendentemente peculiares: Timotea es una gata, Garrapato es un gato, Picassin el gato artista, la gata Gertrudis, Marramiau I, el rey de la cordilla, Pirracas, etc. Son numerosos los cuentos en que los mininos ocupan un lugar privilegiado en su obra. Los animales, en general, le hacen mucha gracia y aprovecha este innato interés que sienten los niños por el mundo animal, para infundirles el amor y el respeto hacia ellos. Para la poeta es fundamental educar al niño en el amor y el respeto a los animales.


 

Al igual que Gloria Fuertes, la argentina María E. Walsh fue un ícono de la infancia que marco a muchas generaciones. Consiguió cambiar la literatura infantil en toda América Latina, transformado la manera de ver la infancia y de mirar a los niños, con una actitud respetuosa e inteligente. Su obra se alejó del tono moralizante de los cuentos de la época y abrió un mundo nuevo de imaginación y juego, más relacionado con la Alicia de Carroll que con la literatura tradicional argentina. Canciones como ‘Chacarera de los gatos’, ‘La calle del gato que pesca’ o libros como Zoo Loco (1964) se encuentran repletos de simpáticos mininos.


 

Entre los periodistas escritores más conocidos, profundos admiradores del gato, se encuentran Francisco Umbral y Antonio Burgos. El primero lleno sus crónicas y sus columnas de gatos caseros, caprichosos, independientes y compañeros. El segundo con su obra Gatos sin fronteras: andanzas y fortunas de Remo, un gato callejero y Alegatos de los gatos nos ha ofrecido quizás la imagen más acertada y cercana del gato como animal doméstico. Aquellos que tenemos la suerte de compartir nuestro espacio con este animal nos identificamos plenamente en sus páginas.


 


 


 

A modo de conclusión, podemos asegurar que pocos animales pueden presumir de unos orígenes tan remotos y aristocráticos y de una tradición literaria tan rica, como los gatos. Nos han cautivado por su inteligencia, su misteriosa belleza y elegancia y su desdeñosa independencia. Se trata de gatos extraordinarios, dotados de nombre propio y también del don de la palabra, con sonrisa plácida y burlona, que se adueñan del hogar y riñen a los humanos de la casa, o que saben deleitarlos contando aventuras y cuentos fantásticos en las plácidas veladas de invierno. A su embrujo han sucumbido, al menos, todos estos grandes escritores, clásicos y contemporáneos, que acabamos de nombrar. Seguramente hayamos olvidado a muchos otros, esta es sólo una pequeña muestra de la importancia que han tenido estos animales domésticos o asilvestrados en la historia de la humanidad y en nuestra literatura. Esperemos que sigan acompañándonos por mucho tiempo.


 


 


 


 


 

 

EL GATO: AMO Y SEÑOR
En el cine, en la literatura, en la pintura, en la mitología, en la televisión, a lo largo de siglos, religiones y civilizaciones, el ser humano ha reverenciado a los gatos. ¿Por qué?

Por Moira Soto
Acaso el siamés loco del cuento “El idioma de los gatos”, de Spencer Holst, no faltaba a la verdad cuando le decía al caballero científico que miles de años atrás los gatos tenían una gran civilización mundial, con naves espaciales, comunicación telepática y otras maravillas. Todo tan complejo que un día, para disfrutar de la vida, decidieron que era mejor simplificar las cosas y así fue que inventaron una raza de robots para que se hiciera cargo del cuidado de los gatos. Naturalmente, dichos robots somos nosotros.
En ese momento, el caballero que llevaba un tiempo estudiando los maullidos de mil gatos e incluso había aprendido a ronronear, entendió perfectamente por qué estos felinos solían ser tan desdeñosos con los que se creían sus amos. El siamés, hay que reconocerlo, estaba un poquito mambeado cuando le entregó al científico una lista de deberes entre los cuales figuraba el de dar muerte a los perros... Sin embargo, su fantástica historia vale para entender que, la humanidad, en vez de estar dividida entre gatófilos y perrófilos –como habitualmente se suele afirmar–, lo está entre las personas que los gatos aceptan y las que son rechazadas por ellos sin motivo aparente.
Porque estas bellas y cimbreantes bestias cuyo esqueleto de doscientos y pico de huesos es sostenido por más de quinientos músculos, se toman la libertad de elegir incluso a quienes merecen hacerles una caricia al pasar. Afortunadamente para los/as humanos/as que se sienten irresistiblemente atraídos/as por los gatos, suele haber coincidencia, amores correspondidos. Sobre todo, si los/as amantes de estos felinos tienen algo que ver con las artes, en particular con la literatura: a los gatos les encantan los libros, los papeles escritos o en blanco –quizás porque les traen halagüeñas remembranzas de cuando eran idolatrados en el Antiguo Egipto–, el rasguido de la lapicera y hasta se bancan con elegancia la pantalla encendida y el sonido de las teclas de la computadora.
Aunque nada les gusta más a algunos mininos –aparte de las aceitunas, la valeriana y el caviar– que acomodarse sobre la mesa en que están esparcidas las hojas y apoyar una patita o parte del cuerpo sobre la que ya tiene algo escrito. En cuyo caso –cualquier cosa antes que contradecir a un gatito tan compañero– lo mejor será proceder como Céline con Bébert: seguir escribiendo en el espacio que nuestro animal favorito de todos los tiempos deja libre... En el siglo anterior al de Céline, Dickens le daba el gusto a su gata Williemina, que lo escoltaba de noche mientras trabajaba: cuando ella apagaba la vela con su pata porque seguramente percibía la fatiga del escritor, él acataba. Gatófila absoluta, Colette reverenciaba el silencio, la fidelidad de esa “sombra de una sombra azulada sobre el papel azul...”. Más cerca en el tiempo, Patricia Highsmith, otra que se identificaba con los gatos, le dedicó una novela a su “querido Spider... que me acompañó a lo largo de la mayoría de estas páginas”.
En esto de evitar importunar a los gatos hay que anotar al mismísimo Mahoma, quien se rindió ante el sueño de su adorado gato Muezza, que se había quedado dormido en un diván, sobre la amplia manga de la túnica de su (presunto) dueño. Mahoma, en un gran gesto que lo honra, prefirió cortar la prenda y posteriormente le concedió al animal la gracia de caer siempre parado, y un buen lugar en el Paraíso.

La invención de lo gatuno
Esas son, entonces, algunas de las cosas que hacen las personas, así sean profetas, por los gatos, esos descendientes del Miacis, animalejo aparecido hace unos 40 millones de años, que se desdobló en cuarenta variedades un millón de años atrás, entre las cuales el Felis Libica y el Felis Silvestris habrían dado origen a nuestros venerados gatos domésticos. A los que también se les pueden disculpar conindulgencia las cortinas desgarradas y la tapicería en hilachas, desde luego menos importantes que sus uñas afiladas.
Pero si prefieren la leyenda, siempre más divertida, tienen que saber que el gato, según la mitología griega –de la que se apropiaron los romanos cambiando nombres–, fue una creación de Artemisa. La diosa, vengativa como toda esta gente del Olimpo, quería poner en ridículo al león que había inventado su hermanito Apolo. Según una fábula de origen musulmán divulgada en Francia, el gato nació de los amores heterogéneos entre un mono galante y una receptiva leona. En cambio, en otra narración, en este caso de corte bíblico, el gato fue estornudado por el león cuando Noé, angustiado porque una pareja de ratones, además de reproducirse a toda máquina, se comía las provisiones del Arca, rogó al Señor un remedio urgente. Et voilà, obtuvo un lindo, ágil y hambriento gatito, que además de cazar ratones tenía unos ojazos que podían funcionar como un reloj: al ponerse el sol, sus pupilas se dilataban para aprovechar al máximo la luz decreciente (es por eso que estos felinos distinguen las formas en penumbras), al amanecer se estrechaban y al mediodía se convertían en una raya. Esos ojos, mezcla de metal y de ágata, en los que Baudelaire, herido de amor, pedía permiso para sumergirse... Ojos que iluminan la Constelación del Gato, descubierta por Joseph Jerome de Lalande en una noche de primavera, hacia fines del siglo XVIII, desde el Observatorio de París. Borges, dos siglos después, en Buenos Aires, en la calle Maipú, entrevió a un gato y le escribió de esta guisa: “Más remoto que el Ganges y el poniente,/ tuya es la soledad, tuyo el secreto/ (...)/ En otro tiempo estás. Eres el dueño/ de un ámbito cerrado como un sueño”.

Con ánimo de amar, porfiar, jugar
Además de inspirar a numerosos pintores, de Watteau a Picasso, de Rembrandt a Foujita, de ser explotados por la publicidad y reproducidos infinitamente en objetos de adorno o de uso práctico, los gatos son personajes esenciales, irreemplazables de la historieta y el dibujo animado. Seguro que hasta muchos de los que padecen de alurofobia –horrible palabra para designar a los que detestan a los gatos– alguna vez disfrutaron con Félix, se compadecieron de Tom o Silvestre –respectivamente martirizados por Jerry y Piolín (Tweety en el original)–, sonrieron con Garfield, espiaron al lascivo Fritz o se quedaron pensando en alguna enigmática frase de Fellini, el gato del argentino Liniers.
En el cine de los años ‘10 del siglo pasado hubo pioneros del dibujo animado que se anticiparon a Disney y a su straight Ratón Mickey con felinos trotamundos como el de Las aventuras del gato negro, de John B. Gray o el Krazy Kat, de Harrison y Gould, a los que siguió unos años después, en los ‘20, el morrongo de la serie Alice, de Disney, con alguna semejanza al Félix de Pat Sullivan, surgido en 1917 con éxito progresivo. Tanto que, además de seguir haciendo líos en la pantalla, en 1923 pasó a la historieta, donde permaneció diez años en periódicos de gran circulación. Felizmente, más gatos que perros dibujados habitaron los cuadritos de los comics, las pantallas de cine y luego de la TV a lo largo del siglo XX. Entre otros, la chispeante Princesa Gatito (The Pussycat Princess), cuento de hadas gatuno ideado en 1935 por Grace D. Drayton para el American Journal (luego continuado por Ruth Carroll), los citados Tom de Hanna y Barbera, Silvestre, Los aristogatos de Disney, el Garfield de Jim Davis, exitosa historieta recientemente convertida en tediosa película (los dibujos de Tom, Silvestre y Garfield se pueden ver actualmente por Cartoon Network, en tanto que el lunático Gato Félix vagabundea por Boomerang, de lunes a viernes a las 13). A su vez, The Cat in the Hat, ambiguo icono norteamericano con cierta impronta onírica de relatos en versos firmados rimados por Dr. Seuss, lo mismo que las ilustraciones,pasó al cine el año pasado, protagonizado por Mike Myers, en una producción exenta de moralina y adecuadamente caótica.
Probablemente, varios de estos felinos le deben algunos rasgos al legendario Micifuz, el Gato con Botas inventado por Charles Perrault en 1697 (luego magníficamente ilustrado por Gustavo Doré), audaz e imaginativo, capaz de crear toda una puesta en escena verbal para lograr que su dueño, hijo de un modesto molinero, se case con la hija del rey y resulta de este modo todo un ceniciento. Por supuesto, para esas fechas Lope de Vega ya había escrito La gatomaquia y Francisco de Quevedo su Cabildo de los gatos. Pero faltaba, entre otros felinos literarios, el extraño gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll (publicado en 1865), que desaparece dejando su sonrisa suspendida en el aire.
Pero si lo que quieren es a un hijo contracultural de los ‘60, no pueden soslayar a Fritz, el escandaloso, anarco, sexualmente liberadísimo (hasta el incesto), fumador de lo que venga. Fue engendrado en la historieta por Robert Crumb, quien, en un rapto alucinado, vendió los derechos al productor Steve Krantz y nunca perdonó la película que realizó Ralph Bakshi –que no estaba nada mal, por otra parte– basadas en su Fritz. Nombre que llevaba el gatito de verdad de Abby, la acomplejada veterinaria de La verdad sobre perros y gatos (1996, de Michael Lehmann). Aunque el mejor gato de carne, hueso y pelo anaranjado que haya habido jamás en el cine fue el entrañable minino de Harry y Tonto (1974), uno de los mejores y menos pretenciosos films de Paul Mazursky con el gran Art Carney, quien se ganó un Oscar que compartió con su canchero coprotagonista. Por supuesto, ningún/a gatófilo/a de ley soporta sin condolerse la visión del semidocumental japonés Chatrán (1987) en cuyo rodaje fueron maltratados alrededor de 35 morrongos.

Cat People
Krazy Cat, sin ser transexual, era gato o gata según la ocasión; La gata sobre el tejado de cinc caliente (1958), sobre Tennessee Williams, era toda una mujer: Liz Taylor, ciertamente en celo (emulada pero no igualada por Jessica Lange en la versión de 1985). En cambio, la que siempre tuvo doble personalidad fue Selina Kyle, alias Catwoman o Gatúbela según la latitud, creada por Bob Kane en 1940, junto con Batman, aunque no de su costilla. Justo dos años antes de que la inquietante mujer pantera de Simone Simon, sugerentemente dirigida por Jacques Tourneur, emergiera en ese film negro de terror implícito llamado Cat People (en video, La marca de la pantera). Título éste que quería usar a toda costa el productor Val Lewton, por lo que incitó a De Witt Bodeen a que escribiese una historia sobre felinos. Así surgió la diseñadora de modas perseguida por la obsesión de haber sido, de ser una pantera, en una soñada conjunción de feminidad y felinidad.
Estas chicas desdobladas en fieras salvajes y voluptuosas acaso guardan en algún estante del inconsciente reflejos de los esplendores del Antiguo Egipto, un par de milenios a.C., cuando reinaba la diosa Bast –Bastet–, con cabeza de gata –tirando a siamesa– y esbelto cuerpo de mujer. Tanto apreciaban a los gatos los egipcios que cuando uno de estos animales moría, además de embalsamarlo, guardaban duelo pelándose las cejas. Conocida es la anécdota de Cambises, rey de Persia, que para vencer fácilmente a los egipcios en el puerto de Pelusio, puso una primera fila de guerreros con gatos en sus brazos. Los lugareños se rindieron con tal de no dañar a los mininos, que siglos después serían objeto, durante la Edad Media, de la furia clerical que los emparentó con el Diablo.
Gatúbela –homenajeada con mucha simpatía en la historieta Caty, de origen misterioso, editada en España en los ‘70– siempre fue una hembra sexy, con su maillot adherente como el de la Musidora en Les Vampires de Feuillade, guantes con uñas incorporadas y botas, la máscara con orejitaspuntudas. En la serie de TV, encabezada por Adam West, Gatúbela fue interpretada con méritos propios por Julie Newmar, Eartha Kitt y Lee Ann Meriwether, quien también estuvo en el largo de 1966.
En el ‘92 llegó Tim Burton con la memorable Batman vuelve y puso de manifiesto toda la morbidez de ese personaje que ambicionaban varias estrellas y que por suerte –vistos los resultados– quedó en garras de Michelle Pfeiffer, en celo permanente con su body negro lustroso tachonado de costurones, tacos aguja y poderoso látigo. Equipo ideal de bondage que la discreta secretaria salvada por una pandilla de gatos se confecciona para volverse una ondulante, fatal villana, atraída y repugnada por ese ratón con alas (o capa) que viene a ser el Hombre Murciélago...
En estos días retorna Gatúbela como protagonista absoluta, en la piel de la morena Halle Berry provista de un traje desgarrado de tosco diseño. Ahora la llaman Patiente Phillips, es diseñadora gráfica y –entre un ciclón de efectos especiales– descubre el secreto de un perverso producto antienvejecimiento que fabrica la imponente empresaria Sharon Stone, cuyo marido y cómplice es el guapísimo francés Lambert Wilson.

Criaturas salvajes
Altivo, garboso y limpísimo, aunque se trate de un ejemplar muy mezclado, gran acompañador de los enfermos, contemplativo o en plena acción movido a veces por el misterioso llamado de la selva, el gato no es especialmente querido por los ricachones ni los poderosos que, en su mayoría, prefieren a los sumisos y un poco obsecuentes perros para así verificar su poder. Pero hay alguna excepción digna de mención: Socks, el gato blanquinegro de Clinton, que contestaba la correspondencia que recibía en la Casa Blanca enviando una tarjeta con su efigie, una frase de agradecimiento por ser considerado el Primer Gato, firmada con la huella de su patita.
A los gatos les gusta la gente creativa, no obstinada en relaciones de fuerza, de posesión y que entonces puede aceptar sin sentirse frustrada que un gato les imponga su forma de vivir. No hace falta que esta gente sea gato en el horóscopo chino para estos felinos la adopten. Además de Borges, entre los escritores locales amantes de los gatos, imposible no mencionar a Olga Orozco y a Osvaldo Soriano, quienes, cómo no, escribieron sobre los que admitieron de buen grado convivir con ellos. Raymond Chandler sostenía, al igual que la pintora Leonor Fini, que nunca le había gustado nadie que no gustara de los gatos.
“Con el perro se busca fidelidad y un trato de respuesta inmediata”, dice el doctor Iael Rudman, veterinario. “En el gato, lo que la gente admira es su independencia, se entabla una relación más de igual a igual, más democrática. No es que el gato sea menos fiel, pero da una compañía con carácter, con decisiones propias.” En otras palabras, como escribió Chandler, “un gato no actúa nunca como si en un mundo muy nublado, uno fuera el único rincón con sol. Ésta es sólo una manera de decir que el gato no es un sentimental, lo que no significa que no sienta afecto”.
Según la experiencia de Eial Rudman, hay gatos que efectivamente se resisten a ciertas personas y pueden crear un problema, ponerse muy agresivos: “Es que son un pedacito de naturaleza que uno está metiendo en la casa, con su parte salvaje. Como un tigre o un león pequeño, que puede ser muy sociable o una verdadera fiera. Pero, casi siempre, los que aman los gatos reciben reciprocidad, y seguro que son más apasionados que los que prefieren los perros. Pueden hacer un verdadero culto, cuentan con más mitología... No es verdad que los gatos detesten a los más chicos: hay más casos de niños lastimados por perros, que al ser más dependientes son mucho más celosos. Es que el gato considera que tiene su lugar asegurado, y su autoestima es muy alta”.
Fuera de los gatos de raza incierta, entre los que se impone el europeo, atigrado o no, los gatófilos locales prefieren a los siameses “aunqueahora se están difundiendo bastante los persas y otros exóticos, de pelo largo y cara chata”, refiere Rudman. Y añade que el gato es un paciente difícil, que no deja maniobrar ni ver signos de su afección: “No demuestran el dolor como lo hace el perro, son reservados a este respecto. Probablemente por tener menos domesticado el instinto salvaje, busca esconderse cuando se siente mal. Su instinto le dice que es una forma de no exponerse a posibles predadores”.
En opinión del especialista consultado, además de un ambiente confortable y correcta alimentación, para estar felices los gatos necesitan auténtica comprensión, que las personas que los quieren sepan ponerse en su lugar. En vez de manuales sobre gatos, aunque alguno sobre comportamientos felinos puede venir bien, Iael Rudman recomienda los poemas de T. S. Eliot que dieron origen a la exitosa comedia musical Cats de Andrew Lloyd Weber, y que figuran en el Old Possum’s Book of Practical Cats. Por ejemplo: “Lo que hay que saber de memoria es/ que un perro no es un gato”, puesto que “un perro, resumiendo, es un alma simple”. Eliot no está de acuerdo con los que dicen que no hay que hablarle a un gato hasta que te hable: hay que hacerlo “pero siempre teniendo en cuenta/ Que él desconfía de la familiaridad./ Yo hago una reverencia/ Y saco el sombrero/ Y me dirijo de esta forma: OH, GATO”. Antes de que el gato condescienda a hacerse amigo, “será necesario hacerle unos cariños/ Que, por ejemplo, pueden ser un plato de crema,/ También, de vez en cuando, es bueno regalarles un poco de caviar...”. Respecto de la cuestión de “ponerle nombre a un gato es un asunto difícil,/ No es sólo un juego de verano/ Ustedes pensarán que estoy loco como el sombrerero/ Cuando le diga: un gato debe tener tres nombres distintos./ Primero está el nombre que la familia usa a diario/ como Peter, Augustus, Alonzo o James/(...)/ Pero les digo, un gato necesita un nombre que es particular/ Un nombre que sea peculiar y más digno de él,/ ¿De qué otra manera podría mantener su cola perpendicular,/ O estirar sus bigotes, o
alimentar su orgullo?/ Nombres de este tipo puedo darles un grupo/ como Munkustrap, Quaxo o Coripat / (...)/ Nombres que sólo pertenecen a un gato./ Pero por sobre todos estos todavía queda un nombre/ (...)/ Un nombre que ninguna investigación humana podrá descubrir,/ Pero que el gato mismo sabe, y nunca confesará...”




 
 

¿Un gato, independiente y un algo egoista, o un perro, filántropo y adulador?

Lo que dijeron de ellos (no son todos escritores, pero son muchos)
Allen:

Una pastilla dada a un gato tiene en sí misma la energía suficiente como para alcanzar la velocidad de la luz al salir escapada de la boca del mismo.

Guillermo de Aquitania:

La elegancia quiso cuerpo y vida, por eso se transformó en gato.

Brigitte Bardot:

Por supuesto que se puede querer más a un gato que a un hombre. De hecho, el hombre es el animal más horrible de la creación.

Baudelaire:

Cuando los gatos sueñan, adoptan actitudes augustas de esfinges reclinadas contra la soledad, y parecen dormidos con un sueño sin fin; mágicas chispas brotan de sus ancas mullidas y partículas de oro como una fina arena vagamente constelan sus místicas pupilas.

Arthur Bridges:

Un gato no es exigente, mientras usted recuerde que le gusta beber la leche en el plato rosa y comer el pescado en el plato azul, de donde lo sacará para saborearlo en el suelo.

Pam Brown:

Un gatito transforma el regreso a una casa vacía en la vuelta al hogar.

Derek Bruce:

Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberíamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore.

Italo Calvino:

La ciudad de los gatos y la ciudad de los hombres existen una dentro de otra, pero no son la misma ciudad.

Emperador Carlos:

Hablo en español a Dios, en francés a los hombres, en italiano a las mujeres... y en latín a mi gato.

Lewis Carroll:

Es costumbre muy inoportuna de los gatitos (como observó una vez Alicia) que, sea lo que les digas, siempre ronronean.

Jean Cocteau:

Si yo prefiero los gatos a los perros es porque no hay gatos policías.

Colette:

No hay gatos corrientes.

Sebastián de Covarrubias:

El gato es un animal ligeríssimo y rapacíssimo, que en un momento pone en cobro lo que halla a mal recaudo; y con ser tan casero jamás se domestica, porque no se dexa llevar de un lugar a otro si no es metiéndole por engaño en un costal, y aunque le lleven a otro lugar se vuelve, sin entender cómo pudo saber el camino. Él es de calidad y hechura de tigre (procedente del "Tesoro de la lengua castellana" y escrito en 1611).

François René de Chateaubriand:

Del gato me gusta su temperamento independiente e ingrato, que le impide sentir apego por alguien; la indiferencia con que pasa del salón al tejado. El gato vive solo. No necesita sociedad alguna. Sólo obedece cuando quiere, o simula dormir para observar mejor y araña todo cuanto puede arañar.

Winston Churchill:

Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos.

Jim Davis:

Los gatos saben por instinto la hora exacta a la que van a despertarse sus amos, y los despiertan diez minutos antes.

Garfield:

Tigres, leones, panteras, elefantes, osos, perros, focas, delfines, caballos, camellos, chimpancés, gorilas, conejos, pulgas... ¡Todos han pasado por ello! Los únicos que nunca hemos hecho el imbécil en el circo... ¡somos los gatos!

Theóphile Gautier:

Se convierte en compañero de tus horas de soledad, melancolía y pesar. Permanece veladas enteras en tus rodillas, ronroneando satisfecho, feliz por hallarse contigo, y prescinde de la compañía de animales de su propia especie.
Los gatos se complacen en el silencio, el orden y la quietud, y ningún lugar les conviene mejor que el escritorio de un hombre de letras.
Es una labor muy difícil ganar el afecto de un gato; será tu amigo si siente que eres digno de su amistad, pero no tu esclavo.

Charlotte Gray:

Cualquier gato que no consigue atrapar a un ratón finge que iba tras una hoja seca.
Dos personas, al conocerse, se relajan totalmente cuando descubren que ambas tienen gatos. Y se zambullen en las anécdotas.
Tras reñir a tu gato, lo miras a la cara y sientes la terrible sospecha de que ha entendido hasta la última de las palabras. Y de que las ha archivado como referencia para el futuro.

Paul Gray:

Los gatos son amos amables, mientras que recuerdes cuál es tu propio sitio.

Peter Gray:

Con un gruñido, una gata advierte a sus gatitos de un peligro y los gatitos la entienden. Con un gruñido, una gata ahuyenta a otro gato o a un perro y los gatitos la entienden. Con un gruñido, una gata les prohíbe tocar su propia comida y los gatitos la entienden. Todos esos gruñidos significan lo mismo para los seres humanos, pero, evidentemente, no para los gatos.
Todos los gatos gustan de ser el centro de la atención.
Uno debe querer a un gato, ateniéndose a las condiciones que éste fije.

Ernest Hemingway:

Los gatos tienen una absoluta honestidad emocional; los seres humanos, por una razón u otra, pueden ocultar sus sentimientos, pero el gato, no.

Victor Hugo:

Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre.

Aldous Huxley:

Si quieres escribir sobre seres humanos, lo mejor que puedes tener en casa es un gato.

Rudyard Kipling:

El Gato dijo: "No soy un amigo, no soy un criado. Soy el Gato que camina libre y que desea ir a tu Cueva".

C. Mackenzie:

El único misterio sobre el gato es saber por qué ha decidido ser un animal doméstico.

Marcel Mauss:

El gato es el único animal que ha logrado domesticar al hombre.

Lucy Maud Montgomery:

A mí me gustan los gatos, pero nunca he tenido ninguno. Son demasiado exigentes, piden demasiado. Los perros no quieren más que amor, pero los gatos exigen adoración. Nunca han superado la costumbre de ser dioses en Bubastis.

Paul Morand:

Los gatos son incomprendidos porque no se dignan explicarse: son eningmáticos únicamente para quien ignora la potencia expresiva del mutismo.

Oiens:

Todo gato, no importa su ubicación original, estará presente en toda mesa donde se esté sirviendo comida.

Ondinet:

Todo gato siempre buscará, y generalmente encontrará, el sitio más confortable dentro de una habitación seleccionada al azar.

Pattison:

El nivel de interés de un gato en algo será inversamente proporcional al esfuerzo que su dueño esté haciendo para captar su interés sobre ese algo.

Den Xiao Ping:

¿Qué importa si el gato es blanco o negro, con tal que cace ratones?

Jean Renard:

El ideal de la calma es un gato sentado.

Antoine Rivarol:

El gato no nos acaricia, se acaricia con nosotros.

Jean Baptiste Say:

Se le reprocha al gato su gusto por estar a sus anchas, su predilección por los muebles más mullidos donde descansar o jugar: igual que los hombres. De acechar a los enemigos más débiles para comérselos: igual que los hombres... De ser reacio a todas las obligaciones: igual que los hombres una vez más.

Albert Schweitzer:

El hombre tiene dos medios para refugiarse de las miserias de la vida: la música y los gatos.

Walter Scott:

Los gatos son misteriosos; pasa más por su mente de lo que nunca podríamos imaginarnos.

George Bernard Shaw:

El hombre es civilizado en la medida que comprende a un gato.

Harry Swanson:

No puedes nunca ser dueño de un gato; en el mejor de los casos te permite ser su acompañante.

Hippolyte Taine:

He estudiado muchos filósofos y muchos gatos. La sabiduría de los gatos es infinitamente superior.

Mark Twain:

La gran diferencia entre un gato y un mentiroso es que el gato tiene apenas nueve vidas.
Si fuera posible cruzar a un hombre con un gato, mejoraría el hombre, pero se deterioraría el gato.
Una casa sin un gato, un bien alimentado, bien cuidado, bien reverenciado gato, puede ser una casa perfecta, pero ¿cómo puede llegar a demostrarlo?

Miguel de Unamuno

Mi gato nunca se ríe o se lamenta, siempre está razonando.

Leonardo da Vinci:

El más pequeño gato es una obra maestra.

Young:

Todo gato dormirá con las personas siempre que sea posible, en una posición corporal tan incómoda para las personas como sea posible.


 

CANCION NOVISIMA DE LOS GATOS
Federico García Lorca( este poema permaneció permaneció inédito hasta 1986, fecha en que fue encontrado)

Mefistófeles casero
está tumbado al sol.
Es un gato elegante con gesto de león,
bien educado y bueno,
si bien algo burlón.
Es muy músico; entiende
a Debussy, más no
le gusta Beethoven.
Mi gato paseó
de noche en el teclado,
¡Oh, que satisfacción
de su alma! Debussy
fue un gato filarmónico en su vida anterior.
Este genial francés comprendió la belleza
del acorde gatuno sobre el teclado. Son
acordes modernos de agua turbia de sombra
(yo gato lo entiendo).
Irritan al burgués: ¡Admirable misión!
Francia admira a los gatos. Verlaine fue casi un gato
feo y semicatólico, huraño y juguetón,
que mayaba celeste a una luna invisible,
lamido (?) por las moscas y quemado de alcohol.
Francia quiere a los gatos como España al torero.
Como Rusia a la noche, como China al dragón.
El gato es inquietante, no es de este mundo. Tiene
el enorme prestigio de haber sido ya Dios.
¿Habéis notado cuando nos mira soñoliento?
Parece que nos dice: la vida es sucesión
de ritmos sexuales. Sexo tiene la luz,
sexo tiene la estrella, sexo tiene la flor.
Y mira derramando su alma verde en la sombra.
Nosotros vemos todos detrás al gran cabrón.
Su espíritu es andrógino de sexos ya marchitos,
languidez femenina y vibrar de varón,
un espíritu raro de inocencia y lujuria,
vejez y juventud casadas con amor.
Son Felipes segundos dogmáticos y altivos,
odian por fiel al perro, por servil al ratón,
admiten las caricias con gesto distinguido
y nos miran con aire sereno y superior.
Me parecen maestros de alta melancolía,
podrían curar tristezas de civilización.
La energía moderna, el tanque y el biplano
avivan en las almas el antiguo dolor.
La vida a cada paso refina las tristezas,
las almas cristalizan y la verdad voló,
un grano de amargura se entierra y da su espiga.
Saben esto los gatos mas bien que el sembrador.
Tienen algo de búhos y de toscas serpientes,
debieron tener alas cuando su creación.
Y hablaran de seguro con aquellos engendros
satánicos que Antonio desde su cueva vio.
Un gato enfurecido es casi Schopenhauer.
Cascarrabias horrible con cara de bribón,
pero siempre los gatos están bien educados
y se dedican graves a tumbarse en el sol.
El hombre es despreciable (dicen ellos), la muerte
llega tarde o temprano ¡Gocemos del calor!
Este gran gato mío arzobispal y bello
se duerme con la nana sepulcral del reloj.
¡Que le importan los senos (?) del negro Eclesiastés,
ni los sabios consejos del viejo Salomon?
Duerme tu, gato mío, como un dios perezoso,
mientras que yo suspiro por algo que voló.
El bello Pecopian (?) se sonríe en mi espejo,
de calavera tiene su sonrisa expresión.
Duerme tu santamente mientras toco el piano.
este monstruo con dientes de nieve y de carbón.
Y tú gato de rico, cumbre de la pereza,
entérate de que hay gatos vagabundos que son
mártires de los niños que a pedradas los matan
y mueren como Sócrates
dándoles su perdón.

 

ODA AL GATO
de Pablo Neruda


Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.

No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.

Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.
 



OSVALDO SORIANO


(...)El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta. Mi padre fumaba en Mar del Plata, en el patio. Mi madre dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra. Los jóvenes Borges y Bioy Casares paraban cerca de ahí, en Los Troncos alucinando las historias de don Isidro Parodi. A Borges lo seguían los gatos. En una de sus fotos más hermosas está junto a María Kodama, que tiene uno en brazos; Borges lo acaricia como a un amigo.

A mi un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente , muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negro Veni, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un Ieón. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos. En París, mientras trabajaba en El
ojo de la patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe. Para sentirme más seguro de mi mismo puse un gato negro al comienzo y uno colorado al final de Una sombra ya pronto serás.
Para decirlo mal y pronto: hay gatos en todas mis novelas. Soy uno de ellos perezoso y distante. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie. Ahora mismo, una de mis gatas se lava la manos acostada sobre el teclado y tengo que apartarla con suavidad Para seguir escribiendo. Hace cinco meses que no prendemos un cigarrillo. Juntos sufrimos el vejamen de la abstinencia y !a vida limpia. Hace unos meses esta habitación era un quemadero de fragancias maravillosas. Tabacos de la Argentina, de Cuba y de Holanda, ya no; resignamos algo de la utilería que compone a los duros: cigarrillos, sombrero, impermeable, el revolver de juguete. Los fantásticos vampiros de Matheson; entre los que estaban Laurel y Hardy y el realismo romántico de Chandler, sobreviven a las modas y las vanguardias porque el lector quiere verse ahí en sangre de papel. Necesita leer sus miedos. Con eso Stephen King escribe ahora una obra excesiva e inquietante. En uno de sus libros, un personaje acusa de plagiario al narrador, le mata el gato y se lo deja frente a la puerta. Es un momento insoportable en la literatura de terror. Algo cercano a los escalofriantes efectos de H.P. Lovecraft. Todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Tal vez el de Gibbins, cercado por el fuego, le haya pedido auxilio en nombre de los gatos inspiradores: el del Dante, el de Baudelaire, el de Lewis Carrol, el de Borges. Y ahí fue el director de pobres películas, a purificarse en el incendio y cumplir con el ritual de todos los demonios.
Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos. En La noche americana, Francois Truffaut aconseja a las realizadores de cine no meterse jamás con un gato en acción. También me lo dijo Hector Olivera a la hora de escribir el guión de Una sombra ya pronto serás. ¿Cómo hacer para que dos gatos de cine interpreten disciplinadamente a los que aparecen en la novela? Yo los puse en el libreto nada más que para aplacar mis miedos. Con una sonrisa; Olivera me dijo que estaba loco: un gato actor, el negro, tendría que seguir al personaje de Miguel Angel SoIá, lavarse a su lado comerse una laucha y echarse a dormir. El otro un colorado, aparece al final, poco después que Pepe Soriano, el Coluccini de la película, haya tenido una charla con Dios. Olivera decidió que no hubiera gatos, pero creo que estoy a tiempo de convencerlo de que ponga al menos una silueta. Cuando hablábamos de eso, todavía Gibbins no se había arrojado al incendio. Yo creía, Dios me perdone, que Matheson se había muerto de viejo. Pero no: allí estaba, peleando frente al fuego, apartando maderas en llamas, abriendo un camino para que su gato pudiera escapar con él. En el revoltijo alcanzó a salvar una carpeta con su último manuscrito. Es que siempre cuando uno rescata un manuscrito, hay un gato adentro.
Cuando yo era chico mi gato Pulqui era mono, león, pirata y bandolero. Yo lo acechaba entre las plantas del jardín y me le tiraba encima con el cuchillo de madera entre los dientes. Ahora mi hijo combate contra la gata Virgula que le devuelve los golpes. Son arañazos de mentira, en un revoltijo de sillas volteadas y malvones floridos. Las suyas, como las mías antes, son fantasías de selvas y mares, de castillos y mosqueteros. Esos años felices e irrecuperables en los que uno aprende, si aprende algo, que los gatos nos traen a domicilio el misterio de la creación. Chandler les atribuía toda la sabiduría y creía que provocaban la explosión creadora. Un día le pidieron que hablara de Philip Marlowe y prefirió que fuera Taki la que la hiciera por él. Pretendía que era la gata quien escribía sus novelas bien entrada la noche: A mí suele pasarme algo parecido.
Richard Matheson perdió todo; la casa los muebles y los premios, pero alcanzó a salvar lo esencial: esa mirada que lo sostiene por las noches, cuando la palabra no viene y la novela no avanza. Esa mirada que nos atornilla al sillón, ese ronroneo que precede a la llegada del diablo.

Poe, Lovecraft y Matheson asociaron los gatos al horror; en los dibujos animados Willam Hanna y Joe Barbera le dieron a Tom El papel de víctima y al ratón Jerry el de la picardía. El gato Félix fue un gran héroe yanqui de los año treinta, puritano y travieso. El Fritz the Cat, de Ralph Baskhi y Robert Crumb, sintetizó los eróticos y crueles años de mi juventud; apareciendo en 1968, Fritz es el primer gato de dibujo que vuelve de Vietnam, se droga, callejea de un prostíbulo a otro, fuma como un escuerzo, duerme con las mejores chicas, incluida su hermana, y termina asesinado por una gata vieja a la que había abandonado en tiempos mejores.
En cambio, Walt Disney detestaba a los gatos. Recién en 1970 se decidió a crear un personaje que, por supuesto, no le dejó éxito ni . plata. Disney era uno de esos tipos que nunca se hacen querer por los gatos. Creo que fue Chandler quien lo dijo. No se si en la biografía del detective Marlowe o en la propia. Hace unos días, una investigadora que prepara un libro de reportajes a escritores argentinos nos pidió a sus entrevistados que trazáramos cada uno una breve autobiografía. ¿Como hacerlo? ¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quienes somos? Le dije que yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna.






Osvaldo Soriano (Argentina, 1943 - 1997) Gran novelista argentino .Selección: "Fragmento de "Educación sentimental"


 

Escritores y gatos:

Colette

 

 

 



Gore Vidal
 

 



Philip Dick
 

 



Stephen King
 

 



Terenci Moix
 



H
. G. Wells: tuvo un gato llamado Mr. Peter Wells.
Tennessee Williams: tuvo un gato llamado Topaz.
Charlotte & Emily Brontë: tuvieron un gato llamado Tiger que jugaba con el pie de Emily mientras ella escribía "Wuthering Heigts".
Alejandro Dumas: tuvo los gatos Mysouff I y Mysouff II, siendo este último de color blanco y negro el favorito del escritor, pese a que se comiera en una ocasión todos los pájaros exóticos de la casa. También tuvo un gato llamado Le Docteur.
Charles Dickens: tuvo una gata llamada William a la que rebautizó con el nombre de Williamina. Todo ello se debió a que consideraba que su gato era un macho y gracias a que tuvo una numerosa camada de gatitos descubrió que era una hembra. Y eso que la gata avisó al escritor de que no era un macho cuando inició los preparativos del parto con su traslado dentro del estudio de Dickens. De esa camada nació Master's Cat y fue el único que se quedó con Dickens.
Mark Twain: tuvo numerosos gatos como son Apollinaris, Beelzebub, Blatherskite, Buffalo Bill, Satan, Sin, Sour Mash, Tammany y Zoroaster.
Lord Byron: tuvo cinco gatos que llegaron a viajar con él. Entre ellos destacamos a Beppo, cuyo nombre fue recogido por Borges para bautizar al suyo.
Edgar Allen Poe: tuvo una gata llamada Catarina a la que cogió por todas partes, sentándose ella frecuentemente en su hombro mientras él escribía. La gata le inspiró la obra "The Black Cat".
Victor Hugo: tuvo un gato llamado Chanoine, aunque inicialmente se llamaba Gavroche y no le gustaba, y otro que se llamaba Mouche.
F. Scott Fitzgerald: tuvo un gato llamado Chopin.
Theóphile Gautier: tuvo numerosos gatos a los que llamó Childebrand (un gato negro y rayado al que mencionó en "La Ménagerie Intime"), Cléopatre (hija de Epoine y a la que le gustaba mantenerse sobre 3 patas, siendo mencionada en la misma obra), Don Pierrot de Navarre (a este gato blanco le gustaba robarle la pluma y engendró a 3 gatitos negros, siendo mencionado en la obra anterior), Enjoras (este gatito negro era hijo de los blancos Don Pierrot y de Séraphita y fue bautizado con un nombre procedente de la obra "Les Miserables", siendo también mencionado en la obra anterior), Eponine (gato de piel negra con los ojos verdes procedente de los mismos padres que Enjoras, con la misma procedencia de su nombre y siendo mencionado en la misma obra), Gavroche (gato negro con idénticas referencias al anterior), Madame Theóphile (gata blanca y roja a la que le gustaba robar la comida y mencionada en la misma obra), Séraphita (gata blanca que tuvo 3 gatos negros con Dom Perriot y también aludida en la obra anterior) y Zizi (un angora que le gustaba tocar las teclas del piano y también mencionado en la misma obra).
Colette: esta escritora tuvo varios gatos, como son Franchette, Kapok, Kiki-la-Doucette, Kro, La Chatte, La Chatte Dernière, La Touteu, Mini-mini, Minionne, Muscat, One and Only, Petieu, Pinichette, Toune, Zwerg y Saha, a la que dedicó su novela "La Chatte".
T. S. Elliot: tuvo varios gatos llamados George Pushdragon, Noilly Prat, Pattipaws o Pettipaws, Tantomile y Wiscus.
Walter Scott: tuvo un gato llamado Hinse al que le gustaba molestar a los perros de Scott, hasta que en 1826 uno de esos perros acabó con su vida.


 



El escritor Ernest Hemingway llegó a tener más de 50 gatos en su finca cubana de "La Vigía", dedicándoles una habitación de la planta superior. De entre esos gatos, destacaremos a Alley Cat, Boise, Pilar, Skunk, Thruster, Whitehead, Willy, Crazy Christian, Dillinger, Ecstasy, Fats, Friedless Brother, Furhouse, Big Boy Peterson, Missouri, Lasco, Ambrossy y Mr. Feather Puss (gato de ojos amarillos que se responsabilizaba de su hijo, también llamado F. Puss). Para bautizarlos recurría normalmente a nombres que tuvieran la letra "S", alegando que les atraía especialmente por resultar silbante.

http://www.myfloridatrips.com/hemingway/cats.html


Uno de los gatos de Hemingway durmiendo en su cama


 
 

ANTONIO BURGOS DEDICA UN LIBRO A "REMO" Y A TODOS LOS GATOS DEL MUNDO.
Los gatos están en el mundo para desmentir la falsa creencia de que todas las cosas fueron creadas por Dios para servir al hombre, al que hizo a su imagen y semejanza.
Dios también creó al hombre para servir al gato ... juaaaaaaaaaa !!!
Ésta es la humorística, sentimental y apasionada historia novelada de uno muy particular: Remo, un gato romano, altanero, caprichoso, sibarita y egoísta, fiel representante de la más ilustre estirpe del Felis Viator, el gato callejero.
Un gato abandonado y recogido con sólo unas semanas, que no olvida tan fácilmente que en el Antiguo Egipto sus congéneres fueron dioses.
Remo es el protagonista y casi autor del libro, y bien podría maullar como si tal cosa: «Antonio Burgos no me recogió en la calle; fui yo quien lo adoptó a él, como una excusa para escribir éste mi libro y ésta mi historia, la historia, en realidad, de todos los gatos del mundo y la Historia del Mundo vista por los gatos. ¡Los gatos al poder!"


 

 

LOS GATOS DE ULTHAR
Howard Phillips Lovecraft

(poquito largo para leer, pero vale la pena)

Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha olvidado.
En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos, vivía un viejo campesino y su esposa, quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la voz del gato en la noche, y les parece mal que los gatos corran furtivamente por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y matando a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los ruidos que se escuchaban después de anochecer, varios lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos era extremadamente peculiar. Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el viejo y su mujer; debido a la expresión habitual de sus marchitos rostros, y porque su cabaña era tan pequeña y estaba tan oscuramente escondida bajo unos desparramados robles en un descuidado patio trasero. La verdad era, que por más que los dueños de los gatos odiaran a estas extrañas personas, les temían más; y, en vez de confrontarlos como asesinos brutales, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o ratonero apreciado, fuera a desviarse hacia la remota cabaña, bajo los oscuros árboles. Cuando por algún inevitable descuido algún gato era perdido de vista, y se escuchaban ruidos después del anochecer, el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría agradeciendo al Destino que no era uno de sus hijos el que de esa manera había desaparecido. Pues la gente de Ulthar era simple, y no sabían de dónde vinieron todos los gatos.
Un día, una caravana de extraños peregrinos procedentes del Sur entró a las estrechas y empedradas calles de Ulthar. Oscuros eran aquellos peregrinos, y diferentes a los otros vagabundos que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado vieron la fortuna a cambio de plata, y compraron alegres cuentas a los mercaderes. Cuál era la tierra de estos peregrinos, nadie podía decirlo; pero se les vio entregados a extrañas oraciones, y que habían pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de cuerpos humanos con cabezas de gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos, y un curioso disco entre los cuernos.
En esta singular caravana había un niño pequeño sin padre ni madre, sino con sólo un gatito negro a quien cuidar. La plaga no había sido generosa con él, mas le había dejado esta pequeña y peluda cosa para mitigar su dolor; y cuando uno es muy joven, uno puede encontrar un gran alivio en las vivaces travesuras de un gatito negro. De esta forma, el niño, al que la gente oscura llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de lo que lloraba mientras se sentaba jugando con su gracioso gatito en los escalones de un carro pintado de manera extraña.
Durante la tercera mañana de estadía de los peregrinos en Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito; y mientras sollozaba en voz alta en el mercado, ciertos aldeanos le contaron del viejo y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al es escuchar esto, sus sollozos dieron paso a la reflexión, y finalmente a la oración. Estiró sus brazos hacia el sol y rezó, en un idioma que ningún aldeano pudo entender; aunque no se esforzaron mucho en hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las formas extrañas que las nubes estaban asumiendo. Esto era muy peculiar, pues mientras el pequeño niño pronunciaba su petición, parecían formarse arriba las figuras sombrías y nebulosas de cosas exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos de costados astados. La naturaleza está llena de ilusiones como esa para impresionar al imaginativo.
Aquella noche los errantes dejaron Ulthar, y no fueron vistos nunca más. Y los dueños de casa se preocuparon al darse cuenta que en toda la villa, no había ningún gato. De cada hogar el gato familiar había desaparecido; los gatos pequeños y los grandes, negros, grises, rayados, amarillos y blancos. Kranon el Anciano, el burgomaestre, juró que la gente siniestra se había llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito de Menes, y maldijo a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el enjuto notario, declaró que el viejo campesino y su esposa eran probablemente los más sospechosos; pues su odio por los gatos era notorio y, con creces, descarado. Pese a esto, nadie osó a quejarse ante la dupla siniestra; a pesar de que Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer en aquel patio maldito bajo los árboles, caminando en círculos lenta y solemnemente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como realizando algún rito de las bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que el malvado par había hechizado a los gatos hacia su muerte, preferían no confrontar al viejo campesino hasta encontrárselo
afuera de su oscuro y repelente patio.
De este modo, Ulthar se durmió, en un infructuoso enfado; y cuando la gente despertó al amanecer - ¡He aquí que cada gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón! Grandes y pequeños, negros, grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba. Aparecieron muy brillantes y gordos, y sonoros con ronroneante satisfacción. Los ciudadanos comentaban unos con otros sobre el suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el Anciano nuevamente insistió que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que los gatos no volvían con vida de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la negativa de todos los gatos a comer sus porciones de carne o a beber de sus platillos de leche, era extremadamente curiosa. Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, no tocaron su comida, sino que solamente dormitaron ante el fuego o bajo el sol.
Pasó una semana entera antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña bajo los árboles, no se prendían luces al atardecer. Luego, en enjuto Nith recalcó que nadie había visto al viejo y a su mujer desde la noche en que los gatos estuvieron fuera. La semana siguiente, el burgomaestre decidió vencer sus miedos y llamar a la silenciosa morada, como un asunto del deber, aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como testigos, a Shang, el herrero, y a Thul, el cortador de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la frágil puerta sólo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre el suelo de tierra, y una variedad de singulares insectos arrastrándose por las esquinas sombrías. Posteriormente hubo mucho que comentar entre los ciudadanos de Ulthar. Zath, el forense, discutió largamente con Nith, el enjuto notario; y Kranon y Shang y Thul fueron abrumados con preguntas. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue detenidamente interrogado y, como recompensa, le dieron una fruta confitada. Hablaron del viejo campesino y su esposa, de la caravana de siniestros peregrinos, del pequeño Menes y de su gatito negro, de la oración de Menes y del cielo durante aquella plegaria, de los actos de los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que luego se encontró en la cabaña bajo los árboles, en aquel repugnante patio.
Y, finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella extraordinaria ley, la que es referida por los mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre puede matar a un gato
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Fuente: http://www.antonioburgos.com/[/color]

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LUCY MAUD MONTGOMERY(1874 -1942)
Escritora canadiense mundialmente conocida por su exitosa obra "Ana de las Tejas Verdes" ('Anne of Green Gables', 1908).

L. M. Montgomery era una auténtica amante de los gatos. De todos sus felinos domésticos, su preferido fue Daffy; un gato gris a rayas que le hacía compañía mientras ella escribía, y que vivió 14 años.
Otro de sus gatos predilectos: Good Luck o Lucky.
En su obra podemos encontrar numerosas referencias a los gatos, como ésta de 'Emily of New Moon' (1923):
"A mí me gustan los gatos, pero nunca he tenido ninguno. Son demasiado
exigentes, piden demasiado. Los perros no quieren más que amor, pero los
gatos exigen adoración. Nunca han superado la costumbre de ser dioses en
Bubastis."
O ésta otra de 'Emily's Quest' (1927):
"Una casa no es un hogar sin la dicha inefable de un gato con la cola enrollada alrededor de las patas."

El mundo de L. M. Montgomery

Escritores con sus gatos:

Herman Hesse y Lowe


 

Borges y Odin




Patricia Highsmith


 

Julio Cortázar




 


   


 

 

 


MIS GATOS
En mis huertos de Albinyana he tenido hasta ocho gatos y gatas: el “Llamp”, el “Tro”, la “Nit”, la “Bubú”, “Fortunata” y “Jacinta”, el “Sol” y la “Lluna”. Entraban y salían de casa y mi hija y mi yerno (que viven en un piso de las caballerizas) los cuidan con esmero. Tienen una gatera con una célula magnética que permite a los animales entrar y salir a voluntad desde la calle, y les preparan el lecho adecuado. Me llevé a Barcelona a la gata más dócil y cariñosa. Se llama “Lluna” y es de raza Russian Blue, de color gris-negro con los ojos verdes. Antes de proseguir debo recordar que a uno de mis gatos lo mataron en la calle a pedradas y lo encontramos moribundo todavía gesticulando. Es algo que mi hija Sofía no ha olvidado jamás. Se ocupan, todos ellos, de subirse a los árboles a la caza de pájaros y culebras, y son llevados al veterinario cuando se tercia. Escuchan y contemplan la televisión y se adormecen en los sofás. A la hora de dormir, se enroscan en sus camas.

“Lluna” o “Lluneta” vive en Barcelona con nosotros y con otra hija que nos acompaña que se dedica a la encuadernación. Es mimosa la gata. Mi hija la cepilla cada día y le saca los pelos verdinegros para que no se los trague. Por la mañana, cuando me levanto de la cama –soy el primero en hacerlo, por el silencio que esto representa y que me permite trabajar descansadamente–, me encuentro a “Lluna” esperando a la puerta del dormitorio. Si me he adormecido más de lo corriente, con su patita rasca la puerta para comunicarme que es ya la hora, que está ahí esperando y que no admite dilaciones con su comida. Una vez levantado, nos vamos seguidamente a la cocina, donde tengo que prepararle el desayuno y le cambio el agua de su botijo para que la beba fresca. Me mira con emoción a los ojos. Me tomo un café y me voy al cuarto de baño. Mi gata sigue mirándome a los ojos. Luego me pongo a trabajar.

Cuando he revisado mi trabajo, leo los periódicos sentado en el sofá y con “Lluna” en mi regazo; no me deja un solo momento. Le gusta que, mientras yo estoy leyendo la prensa, le acaricie el lomo y le dirija palabras cariñosas. De vez en cuando, le corrijo el vicio que tiene de posarse encima de la cuartilla. Algunas veces he permitido que saliera de protagonista en mis artículos. Parecía que lo entendiese.

Cuando se ha hecho la limpieza de la casa, se tiende encima de la cama del dormitorio conyugal. Duerme más que Matusalén. Todo el día se lo pasa encima de la cama, defendida con avaricia.

Cuando mi hija pequeña Eulàlia (la encuadernadora) la lleva metida en una bolsa “ad hoc” al veterinario, le entra un pánico delirante, al recordar que es el lugar donde le ponen las inyecciones en previsión de las dolencias gatunas. Cuando la sacan de nuevo, respira con satisfacción. También le ponen un collarete contra las pulgas y otros parásitos gatunos.

El día lo distribuye de la siguiente manera: por la mañana, después de lo que ya he descrito, pasa el tiempo encima de mis rodillas escuchando música de jazz (Sara Vaughan, Ella Fitzgerald, Billie Holiday y M. Jackson) que son unas voces negras de altísima calidad. Yo las escucho extendido oblicuamente sobre el sofá y me adormezco profundamente ante sus voces. Mi gata las entiende perfectamente y las adora tiernamente.

Por la tarde y por la noche se coloca encima de las rodillas de mi mujer o de mi hija (he tenido cinco hijos, pero ningún nieto, por desgracia mía) contemplando los seriales televisivos como “El cor de la ciutat” y las películas divertidas, sobre todo las de dibujos animados. Odia los telediarios. De vez en cuando se levanta, se dirige a la cocina a beber agua refrescante o a hacer una necesidad en su retrete particular: una plataforma de arena finísima. Después, cubre lo evacuado a impulsos de sus patitas. Me parece que espera la hora de comer.

En ocasiones, saco de la biblioteca el volumen “Les fleurs du mal” escrito por Charles Baudelaire y que yo tengo lujosamente encuadernado por mi propia hija. Y empiezo a leer “Le chat”:

“Dans ma cervelle se promène,
Ainsi qu'en son appartement,
Un beau chat, fort, doux et charmant.
Quand il miaule, on l'entend à peine.
Tant son timbre est tendre et discret;
Mais que sa voix s'apaise ou gronde,
Elle est toujours riche et profonde.
C'est là son charme et son secret.”
Después de esta lectura, miro a mi gata y ella asimismo me mira. Es perfecto.

JUAN PERUCHO, escritor catalán recientemente fallecido. Premio Nacional de las Letras 2002


Charles Bukowski

 

Ultimo beatnik. Primer punk. Ajeno a cualquier capilla o institución literaria, pero con lectores devotos en todo el mundo, hace diez años que murió Charles Bukowski. El loco genial que dijo:


Los gatos: “Es bueno tener un montón de gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor, porque ellos saben que las cosas son como son.
No hay por qué entusiasmarse y ellos lo saben. Por eso son salvadores.
Cuantos más gatos uno tenga, más tiempo vivirá. Si tenés cien gatos, vivirás diez veces más que si tenés diez. Algún día esto será descubierto: la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre”.

 

Frank Zappa

 

Paul Klee + Bimbo


 

Si yo prefiero los gatos a los perros
es porque no hay gatos policias.
Jean Cocteau


  .
...

Autor prolífico donde los haya: poeta, novelista,
autor dramático, crítico, dibujante, pintor, decorador,
periodista y realizador cinematográfico.
Todo un exponente del arte francés contemporáneo.
No ha habido actividad artística que no haya abordado;
eso sí, utilizando siempre como primer recurso el escándalo.

 

Y acá vean a Juanele -apodo de Juan Laurentino Ortiz, poeta entrerriano.

 


 


 

 

 

RAYMOND CHANDLER
Carta a Charles Morton
19 de marzo de 1945

Un hombre llamado Inkstead me sacó algunas fotos para Harper's Bazaar hace un tiempo (nunca pude descubrir por qué) y una, la que yo estaba con mi se-cretaria sentada sobre mis rodillas salió realmente muy bien. Cuando reciba la docena que pedí, le enviaré una.
Quizá convenga aclarar que mi se´cretaria es una gata persa negra de catorce años y la llamo así porque ha estado conmigo desde que empecé a escribir, por lo general sentándose sobre el papel que quiero usar o los escritos que quiero revisar, a veces saltando sobre la máquina de escribir y a veces mirando tranquilamente por la ventana desde un rincón del escritorio, como diciendo ..."lo que estás haciendo es una pérdida de tiempo, compañero...".
Su nombre es Taki (originariamente era Take, pero nos cansamos de explicar que era una palabra japonesa que significa bambú y debe pronunciarse en dos sílabas), y tiene una memoria como ningún elefante puede haber intentado tenerla.
Por lo general es cortésmente distante, pero de vez en cuando se pone de un humor discutidor y habla durante diez minutos sin parar. Ojalá yo supiera lo que está diciendo, pero sospecho que se resume en una versión muy sarcástica de: "podrías hacerlo mejor".
He amado a los gatos toda mi vida -no tengo nada contra los perros, salvo que necesitan mucha diversión- y nunca he podido entenderlos del todo.
Taki es un animal completamente aplomado y siempre sabe a quién le gustan los gatos, nunca se acerca a alguien a quien no le gustanny siempre va directamente hacia cualquiera -por tarde que llegue o por desconocido que sea- que realmente los quiera.
Np ása mucho tiempo con ellos no obstante, se limita a un monto moderado de caricias y juegos. Tiene un truco curioso (que puede o no ser excepcional) y es que nunca mata a ninguna presa. Las trae vivas y deja que uno las tome.En diversas ocasiones ha traído a la casa presas como una paloma, un loro azul y una gran mariposa. La mariposa y el loro estaban enteramente indemnes y siguieron su vida como si nada hubiera pasado. La paloma le dio algunos problemas, pues al parecer no quería ser transportada y tenía una pequeña mancha de sangre en el pecho. Pero la llevamos al veterinario y estuvo muy bien pronto, sólo un poco humillada. Los ratones le aburren, sólo los atrapa si ellos insisten, y después yo tengo que matarlos.
Tiene una especie de cansino interés por los topos y puede observar con cierta atención una cueva de topo, pero los topos muerden y después de todo ¿quién quiere un topo? Así que se limita a simular que podría atrapar uno si quisiera.
Va con nosotros a todas partes, recuerda todos los sitios a donde ha estado antes y en general se siente a gusto en cualquier lado. Uno o dos lugares le cayeron mal, no sé porqué. Simplemente no se adaptó a ellos. No tardamos en entender las alusiones. Lo más probable es que en ese sitio haya habido un asesinato brutal, y que estaríamos mucho mejor en otra parte. El asesino podría volver.
A veces me mira con una expresión peculiar y tengo la sospecha de que lleva un diario, porque la expresión parece decir: "Hermano, en general se te ve muy satisfecho contigo mismo. Me pregunto qué sentirías si yo decidiera publicar algo de lo que he venido anotando en mis
ratos libres".
En ciertos momentos tiene el gesto de levantar una pata delantera y dejarla colgando, mirándola especulativamente. Mi esposa piensa que está sugiriendo que le compremos un reloj de pulsera; no lo necesita por ningún motivo práctico (sabe la ora mejor que yo) pero después de todo las chicas necesitan tener alguna joya.
No sé por qué estoy escribiendo todo esto. Debe ser porque no se me ocurre ninguna otra cosa o -aquí es donde se pone siniestro. ¿lo estoy escribiendo en realidad yo?
Podría ser que ... no, debo de ser yo. Digamos que soy yo. Tengo miedo.

P.S.: Estoy trabajando en una adaptación a la pantalla de "La dama en el lago" para la MGM. Me aburre a muerte. Es la última vez que hago un guión de un libro que yo mismo escribí. Es como revolcarse sobre huesos secos.

H. G. Wells: tuvo un gato llamado Mr. Peter Wells.
Tennessee Williams: tuvo un gato llamado Topaz.
Charlotte & Emily Brontë: tuvieron un gato llamado Tiger que jugaba con el pie de Emily mientras ella escribía "Wuthering Heigts".
Alejandro Dumas: tuvo los gatos Mysouff I y Mysouff II, siendo este último de color blanco y negro el favorito del escritor, pese a que se comiera en una ocasión todos los pájaros exóticos de la casa. También tuvo un gato llamado Le Docteur.
Charles Dickens: tuvo una gata llamada William a la que rebautizó con el nombre de Williamina. Todo ello se debió a que consideraba que su gato era un macho y gracias a que tuvo una numerosa camada de gatitos descubrió que era una hembra. Y eso que la gata avisó al escritor de que no era un macho cuando inició los preparativos del parto con su traslado dentro del estudio de Dickens. De esa camada nació Master's Cat y fue el único que se quedó con Dickens.
Mark Twain: tuvo numerosos gatos como son Apollinaris, Beelzebub, Blatherskite, Buffalo Bill, Satan, Sin, Sour Mash, Tammany y Zoroaster.
Lord Byron: tuvo cinco gatos que llegaron a viajar con él. Entre ellos destacamos a Beppo, cuyo nombre fue recogido por Borges para bautizar al suyo.
Edgar Allen Poe: tuvo una gata llamada Catarina a la que cogió por todas partes, sentándose ella frecuentemente en su hombro mientras él escribía. La gata le inspiró la obra "The Black Cat".
Victor Hugo: tuvo un gato llamado Chanoine, aunque inicialmente se llamaba Gavroche y no le gustaba, y otro que se llamaba Mouche.
F. Scott Fitzgerald: tuvo un gato llamado Chopin.
Theóphile Gautier: tuvo numerosos gatos a los que llamó Childebrand (un gato negro y rayado al que mencionó en "La Ménagerie Intime"), Cléopatre (hija de Epoine y a la que le gustaba mantenerse sobre 3 patas, siendo mencionada en la misma obra), Don Pierrot de Navarre (a este gato blanco le gustaba robarle la pluma y engendró a 3 gatitos negros, siendo mencionado en la obra anterior), Enjoras (este gatito negro era hijo de los blancos Don Pierrot y de Séraphita y fue bautizado con un nombre procedente de la obra "Les Miserables", siendo también mencionado en la obra anterior), Eponine (gato de piel negra con los ojos verdes procedente de los mismos padres que Enjoras, con la misma procedencia de su nombre y siendo mencionado en la misma obra), Gavroche (gato negro con idénticas referencias al anterior), Madame Theóphile (gata blanca y roja a la que le gustaba robar la comida y mencionada en la misma obra), Séraphita (gata blanca que tuvo 3 gatos negros con Dom Perriot y también aludida en la obra anterior) y Zizi (un angora que le gustaba tocar las teclas del piano y también mencionado en la misma obra).
Colette: esta escritora tuvo varios gatos, como son Franchette, Kapok, Kiki-la-Doucette, Kro, La Chatte, La Chatte Dernière, La Touteu, Mini-mini, Minionne, Muscat, One and Only, Petieu, Pinichette, Toune, Zwerg y Saha, a la que dedicó su novela "La Chatte".
T. S. Elliot: tuvo varios gatos llamados George Pushdragon, Noilly Prat, Pattipaws o Pettipaws, Tantomile y Wiscus.
Walter Scott: tuvo un gato llamado Hinse al que le gustaba molestar a los perros de Scott, hasta que en 1826 uno de esos perros acabó con su vida.

 

 


 

JOAO GUIMARAES ROSA (Escritor brasileño, 1908-1967)


 

ELSA MORANTE escritora italiana


 


 

http://es.wikipedia.org/wiki/Elsa_Morante

 

ALEJANDRO JODOROWSKY

http://www.clubcultura.com/clublite[....]/clubescritores/jodorowsky/home.htm

 

Jodorowsky hablando de sus gatos:
... "luego me doy un descanso de una hora para jugar con mis gatos. Tengo
cinco Se llaman Noé, Moishe, Pollux, Mirra y, mi preferido, Kazan. Es el gato
con el que salgo fotografiado en La danza de la realidad. Kazan es el gato más
inteligente que he conocido en toda mi vida. Amo mucho a los gatos. Cuando mi
padre se murió, a los cien años, no sentí absolutamente nada, indiferencia
absoluta. Cuando se murió mi gato Mao, que había vivido veinte años conmigo,
lloré como un niño. Lo sentí profundamente.

 



 

 



Ama sua, ama llulla, ama k’ella

 

¡QUIÉN DICE…?
Winston Orillo (Poeta peruano)

 



¿Quién dice
que este gato
es solo
un gato?

¡Qué poco
Le conocen
La mirada
O la forma
Que tiene
De enroscarse
Volviéndose
Un halcón
Alucinado!

Gato
Jaguar
Sedeño
Sedicente
Selenita
Qué augusta
Taquicardia
Qué placer
De tu
Félida
Presencia.

Cubres
El centimano
Y solitario
Solar
Donde
La vida
Me aherrojara.

Inoíble
Emboscado
Gato mío
Horadas
La razón
Y desbocado
Olisqueas
El mundo
¡Lo haces
Nuestro!

Así
En la
Duermevela
Te presiento:
Veo tu
Digitígrado
Pelaje
Volviendo
Interdicción a
Mi alegría.

Estatuario
Pantérido
(De azogue)
Sobrio
Gato
Y tal
vez
El alter
Mío:

Califa
Saltimbanqui
Compadrito
Asaz
Michino
Tierno
Camarada

Dulce
Como las
Dulces
Garras
Tuyas (es
Decir
Si lo
Quieres
Rapazuelo).

Carraspea
Don Gato
Se aleona
Y encarámase
Encima
De mi sueño

Y tórnase
Este canto
Un gran
Maúllo
Que
Rasguña
La piel
De
Las estrellas.
22-9; 9-10-004

http://escritoresperuanos.blogspot.com/2007/06/winston-orrillo.html

 

CARLOS MONSIVÁIS, escritor mexicano, murió hoy a los 72 años.
Otro amante de los gatos.


 


 


 

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Mexico/rinde/maximos
/honores/fallecido/escritor/Carlos/Monsivais/elpepucul/20100620elpepucul_6/ Tes


 

 

El gato es un ser sincero, y como dijo Rainer María Rilke:

Las bestias, más sagaces, advierten ya que no nos hallamos muy seguros en el mundo interpretado.


 

 


 


 

 

Alberto Moravia


 


 

http://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Moravia

 

ANTONIO BURGOS
"No creo que haya un animal más literario que el gato. Su prestigio literario, avalado por los 57 gatos que tenía Hemingway en su casa de La Habana, por canciones de Lorca y poemas de Borges, es muy superior a su prestigio social".


 

Gatos sin fronteras es el último libro de Antonio Burgos. Sevillano, hijo adoptivo de Cádiz, tiene los premios Mariano de Cavia y Mariano José de Larra.


 

MARK TWAIN


 


 

Dijo: “Si se pudiera cruzar al hombre con el gato, resultaría una mejora para el hombre, pero se rebajaría al gato.”

 

foto de Herman Hesse
 


 

Premio Nobel de Literatura en 1946, ¿quién no leyó Sidharta, el Lobo
Estepario o Demian?


 

 

Esta foto es de la mano de Colette escribiendo mientras su gato la contempla. Buenísima.

 

 

Sidonie Gabrielle Colette (Francia, 1873 - 1954)

La escritora vivió rodeada de gatos: Mini-Mini, Muscat, Cleopatra, Semíramis,
Saha... esta última protagoniza la más famosa de sus novelas, "La gata" (1933), que narra una historia de amor, celos, y terrible
venganza.

Colette amó a los gatos durante toda su vida. En sus propias palabras "¿Habré hablado demasiado y demasiadas veces del gato? Peor para mi lector, porque aún no he acabado de ensalzarlo".
 

MARÍA ELENA WALSH


 


 

CHACARERA DE LOS GATOS


 


Tres morrongos elegantes

De bastón galera y guantes,

Dando muchas volteretas

Prepararon sus maletas

Miau, miau, miau, miau,

Michi michi miau.

Toda la ratonería

Preguntó con picardía:

- "Michifuces, dónde van?"

- "Nos vamos a Tucumán."

Miau, miau, miau, miau,

Michi michi miau.

Pues les han pasado el dato

Que hay concursos para gato,

Los tres michis allá van

En tranvía a Tucumán.

Con cautela muy gatuna

Cruzan la Mate de Luna,

Y se tiran de cabeza

Al Concurso de Belleza.

Mas como el concurso era

Para Gato... y Chacarera,

Los echaron del salón

Sin ninguna explicación.

Miau, miau, miau, miau,

Michi michi miau.

Volvieron poco después

Las galeras al revés,

Con abrojos en el pelo

Y las colas por el suelo.

Miau, miau, miau, miau,

Michi michi miau.

Le maullaron la verdad

A toda la vecindad:

- "Tucumán es feo y triste

porque el gato allá no existe."

Los ratones escucharon

Y en seguida se marcharon.

Los ratones allá van

En tranvía a Tucumán

 

ÉMILE SOLA


 


 

escribió en 1874 EL PARAÍSO DE LOS GATOS


 

contado en primera persona


 

son las aventuras callejeras de un felino durante unas horas que van de un
día a una noche, hasta el amanecer siguiente.


 

 


 

JUAN GARCÍA PONCE


 

escritor mexicano


 


 

http://www.garciaponce.com/inicio.html

Truman Capote (1925-1984)

 

 

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/capote.htm

Elena Poniatowska


 


 

Héléne Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska Amor nació el 19 de mayo de 1933. Su madre, Paulette, se llamaba en realidad Dolores Amor y nació en 1913 en París, hija de una familia porfiriana exiliada tras la revolución mexicana. En París se casó con otro exiliado, el heredero de la corona polaca Jean Evremont Poniatowski Sperry, y en París nacieron Héléne heredera al título de princesa de Polonia, se le conoció tambien como "La Princesa Roja".


 

En 1941 Paulette huyó de la Segunda Guerra Mundial con sus hijas. Mexicana por herencia decidió refugiarse en este país. El padre de Elena, que se había alistado en el ejército francés, combatió en la guerra hasta que terminó y fue a reunirse con su familia. En 1947 nació Jan, el tercer hijo del matrimonio. Su padre fundó los laboratorios Linsa, donde Elena trabajó como secretaria por un corto tiempo, pero los laboratorios se hundieron y abrió entonces un restaurante, con el que tampoco tuvo éxito.


 

Por entonces se hacía cargo de las dos niñas; Magdalena Castillo, su nana desde que tenía 18 años y que dedicó toda su vida a cuidarla. Fue también su maestra de español, ya que sus padres no creyeron importante que lo estudiase pensando que lo aprendería "en la calle". En 1949 la enviaron a un internado religioso en Estados Unidos del que regresaría en 1952.


 

Destinada en principio al matrimonio con un príncipe europeo, Elena decidió dedicarse al periodismo. En 1953 empezó a trabajar en el Excelsior escribiendo crónicas de sociales que firmaba como "Héléne''. Con las monjas aprendió de religión pero no de la realidad del mundo, de su vastedad. México seguía siendo para ella un país desconocido. Resultó una osadía lanzarse a entrevistar a los grandes artistas mexicanos, de quienes nada sabía.


 

Un año permaneció en Excélsior, y de ahí pasó a Novedades, donde se ganó un público que la seguía gracias a sus textos impredecibles.


 

En 1955 publicó su primera novela, Lilus Kikus. También nació Emmanuel, su primer hijo.


 

En 1965 recorrió Polonia en compañía de su madre, mientras el niño permanecía interno en Suiza. Un cambio determinante comenzó, entonces, a operarse en ella. Envió a Novedades una serie de crónicas en las que cuestionaba el sentido de moral establecido, el de justicia y en general, el absurdo de la vida. Su relación con el dibujante Alberto Beltrán, socialista férreo, vino a afianzar este nuevo modo de pensar y de sentir. Elena adquirió un compromiso con México. Con Beltrán publicó Todo empezó en domingo, crónicas de los paseos dominicales de los marginados.


 

En una azotea de la calle de Revillagigedo, Elena Poniatowska se vio deslumbrada por una lavandera que hablaba fuerte y con sabiduría: Josefina Bórquez. Una larga entrevista con este personaje formidable se acabó convirtiendo en la novela "Hasta no verte Jesús mío", con la que ganó el Premio Nacional de Literatura.


 

En 1968 contrajo matrimonio con el astrofísico Guillermo Haro, con el que tuvo dos hijos: Felipe y Paula. En esa época decidió legalizar su nacionalidad mexicana. Elena escribió ese mismo año un reportaje sobre la tragedia de Tlatelolco que Novedades no quiso publicar, ni publicó tampoco su entrevista con Oriana Fallaci, herida durante el incidente. Pocos meses despues murió su hermano Jan en un accidente automovilístico y su padre, completamente desmoronado, murió en 1979.


 

Elegido presidente de la nacion Luis Echeverría, el cual fue secretario de Gobernación durante la matanza de tlatelolco en 1968, concedió el premio literario Xavier Villaurrutia a Elena Poniatowska en 1971 por La noche de Tlatelolco, pero ella lo rechazó. En 1979 recibió el Premio Nacional de Periodismo


 

Cronista del terremoto del 1985 y del conflicto de Chiapas, sigue compaginando su labor periodística con la literaria. En 1992 publicó una novela que le llevó diez años escribir; Tinísima, obra inspirada en la vida de Tina Modotti, e inmediatamente despues se puso a trabajar en Luz y luna, a la que le siguió T. Tauri. Aunque padece de una insuficiencia biológica que le produce continuas depresiones, Elena dedica buena parte de su vida a escribir novelas, cuentos, poemas, artículos, entrevistas y sobre todo prólogos y presentaciones de libros. Desde hace más de 20 años dedica los jueves a dar clases en un taller literario en la casa de Alicia Trueba. Vive en Chimalistac, Ciudad de México con sus dos hijos menores.


 

Obras de Elena Poniatowska


 

Tinísima (Vida de Tina Modotti), Era, México, 1992, Novela
Nada, nadie, Era, México, 1988
La flor de lis, Era, México, 1988
Querido Diego, te abraza Quiela y otros cuentos, 1984, Cuentos
El último guajolote, 1982
Fuerte es el silencio, Era, México, 1980
De noche vienes, 1979
Gaby Brimmer, 1979
Querido Diego, te abraza Quiela, Era, México, 1978
La noche de Tlatelolco, Era, México, 1971
Hasta no verte, Jesús mío, Era, México, 1969, Novela
Los cuentos de Lilus Kikus, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1967, Cuentos
Todo empezó en domingo, Fondo de Cultura Económica de España, México, 1960
Lilus Kikus, Los Presentes, México, 1955, Novela

DORIS LESSING la ganadora el Premio Nóbel en el 2007


 

pa'enterarse de quién es


 

acá hay más


 


 

Raymond Chandler, el de la novela negra norteamericana.

 


 
Se casó con una mujer que le llevaba 18 años y permanecieron juntos durante
30 años, hasta la muerte de ella.

 
Compartían el amor por los gatos, al punto de haber escrito:

 

"La muerte de nuestra gata persa nos dejó un poco afligidos. Cuando digo un poco afligidos es sólo una manera convencional de hablar. Para nosotros fue una tragedia."


 

 

 

LEONOR SILVESTRI

http://www.artepoetica.net/Leonor_Silvestri.htm

La poeta y colaboradora de Radar Libros, plantea que no puede hablar en nombre de todos los escritores, pero trata de tirar de la madeja de su pasión por los felinos.
"Los gatos son la expresión manifiesta y sublime de la libertad absoluta, eso fue lo que siempre me sedujo.
Viví sólo los primeros cuatro años de mi vida sin gatos, y no ha habido casa en la que no los hubiera. Los gatos me siguen, no concibo la vida sin ellos.
Hay un montón de cualidades que me gustan, pero no sé si todas están expresadas en los poemas", señala Silvestri.
"Más que una conexión gato-literatura, que sin duda está presente, hay una conexión gato-mujer y gato-personas oprimidas, excluidas, minorías sexuales." Estos vínculos políticos aparecen en varios de los poemas, como en "Punk not dead":

Alí es anarkista
revolucionario
cubano anticapitalista
no me deja escribir mis estúpidas
traducciones
que pagan su comida
y la mía.

en "Anita Pingüino"

Anita no quiere ser novia de ningún gato
no casarse, no tener hijos
Quiere sí
ser independiente, feminista
o en "A los gatos no le gustan los títulos nobiliarios"
los gatos no son aristogáticos
todos tienen el poder
de seducir, de ser gatos lumpen
ociosos y vagos
gatos linyeras

 

 

 

GEORGES BRASSENS (1921-1981)

Putain de toi
 


En ce temps-là, je vivais dans la lune
Les bonheurs d'ici-bas m'étaient tous défendus
Je semais des violettes et chantais pour des prunes
Et tendais la patte aux chats perdus

 

Ah ah ah ah putain de toi
Ah ah ah ah ah ah pauvre de moi


Un soir de pluie v'là qu'on gratte à ma porte
Je m'empresse d'ouvrir, sans doute un nouveau chat
Nom de dieu l'beau félin que l'orage m'apporte
C'était toi, c'était toi, c'était toi


Les yeux fendus et couleur pistache
T'as posé sur mon cœur ta patte de velours
Fort heureus'ment pour moi t'avais pas de moustache
Et ta vertu ne pesait pas trop lourd


Au quatre coins de ma vie de bohème
T'as prom'né, t'as prom'né le feu de tes vingt ans
Et pour moi, pour mes chats, pour mes fleurs, mes poèmes
C'était toi la pluie et le beau temps

Mais le temps passe et fauche à l'aveuglette
Notre amour mûrissait à peine que déjà
Tu brûlais mes chansons, crachais sur mes viollettes
Et faisais des misères à mes chats


Le comble enfin, misérable salope
Comme il n'restait plus rien dans le garde-manger
T'as couru sans vergogne, et pour une escalope
Te jeter dans le lit du boucher


C'était fini, t'avais passé les bornes
Et, r'nonçant aux amours frivoles d'ici-bas
J'suis r'monté dans la lune en emportant mes cornes
Mes chansons, et mes fleurs, et mes chats

 

 

luta

En aquel tiempo, yo vivía en la luna
los placeres de aquí abajo me estaban prohibidos
yo sembraba violetas y cantaba para nada
y tendía la mano a los gatos callejeros

 

Ah ah ah ah so puta
ah ah ah ah ah ah pobre de mí

 

Una tarde de lluvia, he aquí que tocan en mi puerta
me apresuro a abrir, sin duda un nuevo gato
por Dios, el bello felino que la tormenta me traía
eras tú, eras tú, eras tú

 

Los ojos rasgados y de color pistacho
pusiste en mi corazón tu pata de terciopelo
afortunadamente para mi no tenías bigote
y tu virtud no era muy sólida

Por los cuatro rincones de mi vida bohemia
paseaste, paseaste el fuego de tus veinte años
y para mí, para mis gatos, para mis flores y mis poemas
eras la lluvia y el buen tiempo

 

Pero el tiempo pasa y corta sin miramientos
apenas nuestro amor había empezado, cuando ya
quemabas mis canciones, escupías en mis violetas
y hacías maldades a mis gatos

 

El colmo llegó finalmente, miserable puta,
como no quedaba nada en la despensa,
y corriste sin vergüenza, y por un escalope,
a arrojarte en la cama del carnicero

 

Se acabó, habías pasado del límite
y, renunciando a los amores frívolos de aquí abajo
me volví a la luna llevándome mis cuernos
mis canciones, mis flores y mi gatos.

 

 

 

 

AUSTIN SPARE

 

http://es.wikipedia.org/wiki/Austin_Osman_Spare


 

 

EDGARD ALLAN POE

 

 

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